Su
nombre, como el de Miguel Sánchez Robles, se ha convertido en una referencia
mítica en el mundo de los premios literarios españoles. Pero, a diferencia de
lo que ocurre en otros casos (no me abocaré a la grosería de concretar), sus
textos son espléndidos desde el punto de vista literario. De ahí que no resulte
nada asombroso, aunque sí plausible, que cuando ha decidido reunir algunos de
sus cuentos mejores en un volumen, este haya merecido que el jurado del Setenil
lo condecore con su máximo galardón.
Hablamos
de Cadillac Ranch, una antología excelsa donde podemos descubrir o
redescubrir la brillantez del gaditano Antonio Tocornal, que nos habla de
cierto conductor solitario que se adentra por la Ruta 66 de los Estados Unidos
para dar cumplimiento a una vieja promesa juvenil; de una casa que, a pesar de
que mantiene su forma externa, se expande interiormente hasta alcanzar
dimensiones enloquecidas o cósmicas; de un jardinero jubilado que destina una
parte de su pensión a extrañas adquisiciones botánicas; del asombroso proceder
que desarrolla el consejero delegado de una entidad bancaria, justo antes de
incorporarse a una reunión de accionistas de la que saldrá convertido en una
persona multimillonaria; de un pintor atrapado (y envilecido) por el mercado
del arte; del hombre en cuya mano izquierda comienza a crecer un pequeño
pueblo, con sus diminutos habitantes; de la turbadora misión que acepta sin
pestañeos un representante de artículos de ferretería, que ha viajado a un país
extranjero; y de otra amplia serie de personajes que, para su disfrute, ni
siquiera voy a cometer la insolencia de enumerar, con el fin de que los
descubran ustedes sin ayuda.
De todas formas, convendría que los admiradores a ultranza de Antonio Tocornal moderen su euforia, porque el mismo autor, de forma inequívoca, ha reconocido en el último de los textos del libro (dando pie a que varios jurados, creo yo, puedan impugnar los galardones que le han concedido en el pasado) que sus obras más exitosas han sido en realidad compuestas por negros literarios. Salvado ese punto, sobre el que convendría abrir debate, todo magnífico.
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