Podría
utilizar solamente una palabra para definir este libro y sería “Mujeres”. Pero,
como todas las definiciones, su brevedad conceptista puede llevar a equívocos.
Es evidente que este libro se centra en las mujeres (todos los relatos están
titulados con el nombre de una, para empezar), pero ese detalle no debe
conducirnos a la aplicación de una etiqueta limitante o reivindicativa. En
absoluto. Irene Jiménez se propone en estas páginas trazarnos un retrato mucho
más ambicioso, porque abarca la realidad (es decir, el entorno en que vivimos) y
la humanidad (es decir, quienes en él vivimos).
Seguro
que todos hemos escuchado alguna vez a alguien que nos ha subrayado con énfasis
que su vida es una novela, y que si supiera escribir la plasmaría en un libro
impresionante. Es rigurosamente falso. Todas las vidas, hasta la más gris o la
más anodina (pensemos en Fernando Pessoa o en los personajes de Miguel Delibes
o Juan Rulfo) son susceptibles de ser miradas de una determinada forma y
ser convertidas en palabras con habilidad y destreza. Ahí reside la
literatura, y no en las peripecias, los violines de fondo o los zambombazos del
azar. Por eso, el despliegue que lleva a cabo Irene Jiménez en las páginas de
este libro conmueve e impresiona tanto. Quedándose en silencio, mirando a sus
personajes con mucha concentración y escogiendo luego los vocablos para
convertir sus días en texto, el resultado es una literatura excelente, en la
que todos los relatos se unen con hilos tenues, que aproximan el conjunto al
espíritu de una novela (Tana está a punto de llegar a mayoría de edad en el
primer cuento; Manuel decide alquilar una vivienda en el segundo; Hortensia es
la dueña de esa vivienda y aparece en el tercero; Tana es una niña de cuatro
años en el último; etc). De esa manera, la escritora construye una tela de
araña de brillante perfección, en la que se aprecia una impoluta geometría. O,
mejor, un mosaico de teselas impecables, en el que los colores muestran un
delicado equilibrio. O, mejor, la vida, sin más.
Porque
de eso se trata en el fondo: de explicarnos un espacio y un tiempo llenos de cigarrillos,
música, conversaciones, anocheceres, tristezas, juegos infantiles, duchas,
joyas, parterres, proyectos frustrados, viajes, balcones y cafés. Y en esa zona
amplia y poliédrica (fría a veces, tibia a veces, cálida a veces) sitúa a sus
personajes y los observa maniobrar, apuntando sus emociones y sus giros.
Acudamos a la página 80 del volumen y escuchemos lo que piensa Gloria: “Una de sus teorías, por ejemplo, era la de la suma y la resta. A decir de Gloria, mucha gente entendía la vida como una resta, la de todo aquello que nunca iba a poder hacer. Pero la vida había que entenderla como la suma de lo que se había hecho, porque así el resultado no era equivalente, sino siempre superior”. Mediten sobre ese fragmento y luego acudan al libro. Ya verán.
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