martes, 5 de noviembre de 2024

La cruz de El Dorado

 


Supongo que todos ustedes recuerdan con nitidez (yo sí, desde luego) la emoción pura, fervorosa, galvánica, que se experimenta en el cine con las películas de Indiana Jones, siempre pobladas de selvas frondosas, terribles secretos, tesoros ocultos, objetos de valor incalculable, enemigos que parecen estar siempre al acecho y continuos giros de guion, que te impiden apartar las pupilas de la pantalla. Esa endiablada habilidad narrativa la despliega también, y de qué manera, el escritor César Mallorquí en libros como La cruz de El Dorado, con el que obtuvo el premio Edebé de novela juvenil en 1999. Como llevo muchos años leyendo sus libros (y haciendo que los lean mis alumnos del instituto), podría decir que no me pilla de sorpresa que el corazón se acelere al pasear por sus páginas; pero, por increíble que pueda resultar, declararé con sorpresa y con aplauso admirativo que el barcelonés me sigue embriagando como el primer día.

En este caso, la aventura transcurre en el continente americano, al que se desplazan el niño arancetano Jaime Mercader y su padre, un tahúr que tiene que poner pies en polvorosa a causa de sus actividades delictivas. Durante la larga y penosa travesía conocerán a Alí Akbar, un sirio de mirada glacial que tal vez pertenezca a la secta de los hashishian y que pronto se convertirá en la sombra de Jaime. Juntos se verán envueltos en la búsqueda de un objeto que se perdió en la época de los conquistadores españoles: una enorme cruz de oro envuelta en piedras preciosas, que quizá esté aún escondida en algún lugar de la selva o de las montañas. Como es lógico (hacen ustedes bien en suponerlo), hay una chica muy hermosa, y hay un antagonista cruel y sanguinario, y hay un personaje tuerto que persigue y acecha (sin que durante muchas páginas sepamos por qué) a Jaime, y hay un personaje que se ahorca, y una extraña pintura, y unas enormes cabezas de piedra en el interior de la selva, y tortuosos caminos de montaña, y mosquitos a miles, y una Biblia que esconde un mensaje oculto, y…

De acuerdo, de acuerdo, me callaré. Pasen ustedes mismos y sumérjanse en la historia. Me van a agradecer el consejo.

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