Me
reencuentro, veinte años después de mi primera lectura en la Biblioteca de
Premios Nobel de la editorial Aguilar, con esta exquisitez de Vicente
Aleixandre, que me he comprado en la edición bellísima de Cátedra. Y, como
antaño, siento el licor surrealista embriagándome y convenciéndome.
Hay
una respiración de belleza que empapa las frases y las une como aforismos
magnéticos hasta conformar mosaicos increíbles. Al principio, los ojos de quien
lee se abren de sorpresa; luego, de felicidad; por fin, de éxtasis. No importa
que el cerebro experimente la imposibilidad de ordenar y explicar el conjunto
que tiene ante sí. No es ese el camino: tampoco la fe religiosa o la esperanza
admiten ecuaciones. La detallada exploración sensorial, imaginativa, febril que
Aleixandre recorre en estas páginas no admite una exégesis única, porque toda
luz es muchas luces. Pongamos algunos ejemplos: la persona que lee llega hasta
el texto titulado Vida y encuentra fragmentos como este: “Una rosa
sentida, un pétalo de carne, colgaba de su cuello y se ahogaba en el agua
morada, mientras la frente arriba, ensombrecida de alas palpitantes, se cargaba
de sueño, de muerte joven, de esperanza sin hierba, bajo el aire sin aire. Los
ojos no morían. Yo podría haberlos tenido en esta mano, acaso para besarlos”. O
se avanza hasta Del color de la nada y se encuentra este otro fragmento:
“Se iban ahogando las paredes. Se veía venir el minuto en que los ojos, salidos
de su esfera, acabarían brillando como puntos de dolor, con peligro de
atravesarse en las gargantas. Se adivinaba la certidumbre de que las montañas
acabarían reuniéndose fatalmente, sin que pudieran impedirlo las manos de todos
los niños de la tierra”. O se detienen las pupilas en Sobre tu pecho unas
letras y entonces sucede que nos dice: “Hermoso cuerpo, látigo descansado,
ceñido ciego que no buscas por qué el cielo es azul y por qué el color de tus
ojos permanece entreabierto aun cuando llueva dulcemente sobre mis velos. Las
formas permanecen a pesar de este sol que seca las gargantas y hace de plata
los propósitos que esta mañana nacieron frescos”.
En ese territorio irracional, lúdico, colorista y sorprendente se mueve el poeta malagueño; y en él nos invita a entrar, siempre que seamos capaces de suspender los prejuicios rigurosos de nuestro cerebro. Seamos niños y entremos en su Reino. Tengamos fe y accederemos a la Poesía.
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