Decir
que la novela El vecino de abajo, de Mercedes Abad, me ha parecido buena
o mala resultaría, bien lo sé, una simplificación, porque contiene elementos
que decantan la balanza de uno y de otro lado, pendularmente. ¿Elementos
positivos? La claridad de la prosa, el buen ritmo narrativo, la conclusión
inteligente de la pieza. ¿Elementos negativos? Su creciente inverosimilitud, su
trama en ocasiones forzada. Me atrevería a definirla como una aceptable novela
de humor, aunque ignoro si entre las pretensiones de la autora se encontraba
formular un relato de ese tipo. Resumamos (y pido disculpas por el
esquematismo) el argumento de la obra. Una traductora, que está vertiendo del
alemán al español cierta novela de Agni Rinecke, se encuentra de pronto con la
sorpresa de que a este autor le acaban de conceder el premio Nobel de
Literatura. Como es lógico, la editora comienza a presionarla para que culmine
su traducción con la mayor celeridad posible… pero ninguna de las dos cuenta
con el capricho snob de Miquel Aubet, el vecino de abajo, que ha decidido meter
en su casa una legión de albañiles para que, con sus martillos, sus mazos, sus
radiales y demás utensilios diabólicos, se encarguen de renovar de arriba abajo
la vivienda. Ese ruido infernal se prolonga durante días, y luego durante
semanas, hasta destrozar el sistema nervioso de la traductora, quien va
encadenando desgracias (sus flores se mustian, su portátil se rompe, tiene que
cambiar de residencia, pasa un par de semanas en prisión por agredir a un
agente de la ley) hasta que, desbordada y neurótica, decide emprender una
campaña feroz vengativa contra el maldito Aubet. Hasta aquí, genial: un buen
planteamiento para entretener a los lectores.
El
problema comienza cuando los sucesivos pasos de la venganza se van tiñendo de
inverosimilitud, y entran en juego una vecina secretamente millonaria, unos
extranjeros que deciden apoyar a la protagonista a cambio de que todo se grabe
en vídeo (para su disfrute), una editora que le ofrece un dineral por su
primera (y aún no comenzada) novela… Quien lee la historia va, poco a poco,
frunciendo el ceño a medida que los azares (cogidos con alfileres y siempre al
límite de la credibilidad) se amontonan. De hecho, en ocasiones se plantea uno
abandonar un relato que se antoja, en mi opinión, excesivamente esperpéntico. A
ver, que sí que es ameno. Cómo negarlo. Mercedes Abad muestra un evidente
dominio de la técnica narrativa, y eso siempre se agradece, pero este manejo
del humor me gusta más cuando lo emplea Eduardo Mendoza.
Vuelvo
a decir lo mismo que ya apunté cuando realicé mi comentario de Ligeros
libertinajes sabáticos (https://rubencastillo.blogspot.com/2022/01/ligeros-libertinajes-sabaticos.html), que
leí en 2022: que quizá haga otro intento con esta autora. Ahora lo veo un poco menos
probable.
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