No
será necesario invocar el nombre egregio de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita,
para que recordemos con nitidez que no es inteligente confundir el tamaño con
la importancia, y que, si un diamante es más valioso que una piedra y una
calandria dispone de una voz más melodiosa que un cóndor, el poemario Lo que
se hunde, de María Marín, no debe ser juzgado por su liviandad material. Es
un librito que cabe en el bolsillo trasero del pantalón, y que apenas pesa unos
pocos gramos. Esas serían las consideraciones físicas del asunto (del
“volumen”, para decirlo con ironía emersoniana). Otra cosa son las
consideraciones espirituales o literarias. Y ahí la obra es espectacular,
densa, magnética, contundente.
La
niña que aún va calzada con zapatitos de botón y calcetines blancos; la niña
que parece alzar su mirada cada pocas líneas, hasta clavar sus pupilas en las
nuestras; la niña que sigue recurriendo a la figura protectora de la madre; la
niña que nos explica entre las páginas 60 y 62 las diferencias entre lo que
salta al vacío y lo que se hunde; la niña que no se siente cómoda o protegida
abriendo la puerta de su casa. Ella es la dueña de la voz que burbujea en cada
poema de este libro conmovedor. Ella es la mano que sentimos tendida desde cada
verso, mientras nos susurra que no desoigamos su súplica. Que comprendamos su
necesidad de explicaciones (“Que a veces la luz / impide ver el fondo, / que a
veces todo / se ve mejor a oscuras”). Que respetemos en silencio su fragilidad
vulnerada (“El mundo es demasiado ruidoso / para mí. / Solo quiero que se
callen”).
Pocas
veces he sentido, con tanta intensidad, el desamparo de una escritura y
de un balbuceo. Me he sentido interpelado por María, me he sentido llamado de
un modo firme y a la vez delicado por su zozobra. Y, aunque no conozco a la
poeta personalmente (quizá les pase a ustedes lo mismo, si deciden leer esta
obra), he sentido que querría abrazarla: sin añadir palabras a ese gesto, pero
dejando bien claro que de esa forma le estaría ofreciendo otro fino vínculo
para atarse al mundo (véase la página 77).
Libro para leer y para releer, porque el perfume de una rosa nunca cansa.
1 comentario:
Yo sí tengo la fortuna de conocer personalmente a María y a su familia, y este poemario, como el anterior, es lo tangible de una de las almas más hermosas que he podido conocer. Ojalá que todos sus fantasmas desaparezcan y surja de una vez la magnífica mujer que ocultan.
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