Que
levante la mano quien, en su juventud, no se haya sentido galvanizado por
impulsos idealistas, quien no haya ardido por alguna causa noble y
arrebatadora, que lo hiciera sentirse un héroe cinematográfico. Juan Plata,
desde luego, forma parte de ese grupo temporal y sentimental. Hijo de una
costurera y de un padre desconocido (aunque parece evidente que se trata del
abogado Francisco Griñón), su infancia ha transcurrido en medio de estrecheces
y señalamientos, viendo cómo su madre se dejaba los dedos y los ojos para
labrarle un futuro; y de pronto, cuando una beca sutilmente impulsada por
Griñón le está permitiendo seguir estudios jurídicos en Salamanca, descubre que
en su pueblecito, Aracia (un pequeño lugar que “parecía sacado de un relato de
Rulfo”, p.179), chirría el fantasma amenazante de un proyecto que incluye la
compra de numerosas zonas de secano a precios elevados. ¿Quién (y por qué)
muestra tanto empeño en hacerse con esas hectáreas infértiles, llenos de
pedruscos y matorrales inútiles? Cuando descubra los nombres de los
responsables y el objetivo de su complot, a Plata se le ilumina en la cabeza la
idea de combatir la ignominia y proteger a sus conciudadanos, sin calibrar que
se enfrenta a fuerzas que lo superan y que no dudarán en neutralizarlo y
avasallarlo. Como los muñidores de voluntades son habilidosos, todo se le
pondrá en contra: su novia dudará de él, su madre dudará de él, sus amigos
dudarán de él. Y Juan Plata descubrirá que el hermoso gesto de los héroes del
Oeste americano queda muy bonito en pantalla, pero destroza el corazón y
erosiona el espíritu cuando se vive en primera persona, en la realidad. Después
de muchos años viviendo en el candor juvenil, conociendo solamente la epidermis
rosada del mundo, ha llegado el momento de descubrir los tumores que la
rellenan por dentro, implacables y mefíticos.
Hace ya muchos años que sigo con fervor y con admiración creciente los libros de Juan Ramón Santos, porque me fascina su capacidad para convertir en música (en música clásica) la prosa: es un maestro del ritmo, de la escultura sintáctica, del léxico exacto y revelador. Para mi gran felicidad (aunque no para mi sorpresa), en Río Cárdeno vuelve a repetir el prodigio. Les aconsejo que lo descubran.
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