miércoles, 8 de mayo de 2024

El séptimo círculo del infierno

 


Después de haberme encontrado con su nombre y con las cubiertas de sus libros en periódicos, revistas literarias y redes sociales, he decidido sumergirme por fin en una obra de Santiago Posteguillo. No lo había hecho antes porque el mundo de la antigua Roma, personalmente, no me llama mucho la atención; así que la idea de adentrarme en una novela histórica de tropecientas páginas no terminaba de seducirme. Pero de pronto se instaló ante mis ojos el volumen El séptimo círculo del infierno y, ojeándolo, descubrí que me podía interesar. En efecto, así ha sido. Y mucho.

Me he encontrado con un buen ramillete de secuencias narrativas en las que, jugando con el misterio (Posteguillo no desvela de quién habla), nos expone un episodio biográfico calculadamente ambiguo o sinuoso, y luego lo completa con la aclaración de los detalles sobre su protagonista. La estrategia es inteligente y está bien llevada, no cabe duda; y permite que los visitantes de la obra conozcan un exquisito muestrario de anécdotas sobre el mundo de la literatura: la forma en la que el azar (o acaso la protección secreta y firme de las nueve musas) ha protegido algunos versos de Safo de Lesbos, que han sobrevivido a la quema homófoba y misógina del papa Gregorio VII; la huida más bien ignominiosa de Horacio, tras una batalla, que sirvió para salvar su vida… y para que ahora tengamos su poesía; la manera en que el escritor prisionero Rustichello da Pisa convenció a Marco Polo para que le dictara la crónica de sus viajes, que convirtió en una narración fascinante; la asfixia intelectual que tuvo que sufrir sor Juana Inés de la Cruz, obligada a desprenderse de su biblioteca; cómo Juan Ramón Jiménez se enamoró de la risa de Zenobia Camprubí y, tras esa fascinación, utilizó el interés de ella por Rabindranath Tagore para lograr que lo tradujesen juntos; la desventura de la asturiana Concha Espina, que se quedó a un solo voto de conseguir el premio Nobel de Literatura en 1926; el amor secreto que unió a la escritora norteamericana Pearl S. Buck y el poeta chino Xu Zhimo; el bello y retador diálogo (inventado por Santiago Posteguillo) entre Federico García Lorca y Oliverio Girondo, hablando sobre los límites de la literatura; el difícil equilibrio político en que vivió Wenceslao Fernández Flórez durante el franquismo, mimado por un régimen que necesitaba intelectuales, pero crítico con los militares y favorable al aborto; las penurias que sufrió en los campos de concentración nazis Imre Kertész y su posterior marginación en su propio país, Hungría; la lucha de Bulgákov contra la asfixia que le procuró la censura estalinista; las penalidades postales que vivió Gabriel García Márquez para enviar Cien años de soledad a la editorial Sudamericana; la amistad (de peculiar inicio) entre el fotógrafo Daniel Mordzinski y el novelista Sergio Pitol; el seudónimo que se inventó Doris Lessing para poner a prueba la sagacidad de los críticos literarios; la emocionante forma en que la literatura de Chinua Achebe mantuvo con vida al encarcelado Nelson Mandela; la lánguida declinación de Iris Murdoch por el camino del alzheimer…

Me detengo, me detengo. Son tantísimas las bellezas que este libro contiene que se lo aconsejo con toda mi energía y me muerdo las teclas para no seguir haciendo spoiler, como dicen los modernos.

Si aman la literatura, amarán esta obra.

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