Lo
he dicho muchas veces, oralmente y por escrito, y no me importa repetirme:
Santiago Delgado es un autor inexcusable, poliédrico y valioso en el mundo de
nuestras letras: ensayos, cuentos, novelas, poemas, artículos, conferencias,
biografías y prólogos que llevan su firma han enriquecido la literatura
murciana durante el último medio siglo, en una labor tan musculosa como
atractiva. Y lo ha vuelto a demostrar con la publicación de la novela Ayanz,
el inventor, centrada en la figura del navarro Jerónimo de Ayanz y
Beaumont, mente preclara del siglo XVI que puso sus reflexiones no solamente al
servicio de la ciencia, sino también y sobre todo al servicio de su país y de
su rey.
Para
llevar a buen término esta extensa narración, Santiago Delgado se auxilia con
dos luces igual de potentes: de un lado, la documentación histórica (que, como
siempre sucede en el novelista murciano, es densa, variada y firme, no
tolerando que ningún pormenor biográfico importante se sustente sobre el humo
de las suposiciones); del otro, la habilidad para convertir un material que
podría haber sido árido o insignificante en un relato fluido, ameno y lleno de
atractivo. Porque ese es (ese ha sido siempre) el gran poder novelesco de
Santiago: lograr que imaginación y documentación, verdad y magia, se aúnen en
sus páginas, al servicio de una figura que queda, por obra y gracia de su
talento, dibujada con nitidez para la eternidad. Calatravo insigne, aficionado
a concebir mecanismos hidráulicos de todo tipo (“Mucha parte de las noches las
empleo en dibujar los ingenios que me invento, ineludible paso antes de pasar a
ser máquinas, de palos y metales, ruedas dentadas y manivelas. Máquinas que
sirvan para algo, desde luego. Creo que seguiré con esta costumbre toda la
vida”, p.15); que coincidió con personajes insignes de su tiempo (Miguel de
Cervantes, p.29; Teresa de Jesús, p. 51; Ginés Pérez de Hita, p.62; Lope de
Vega, p.109; Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán cervantino, p.181;
etc.); que se esforzó por remediar los ataques berberiscos a las costas
murcianas; que fue testigo de la destrucción de la Armada Invencible; que
sufrió la muerte de sus cuatro hijos por una epidemia de peste; que estuvo a punto
de fenecer por inhalar gases tóxicos en una mina; y que, pese al amor
insondable por su esposa, nunca pudo olvidar la bella y brevísima experiencia
sexual que mantuvo en su juventud con la sirvienta Chiara, don Jerónimo de
Ayanz (quien se encuentra enterrado en la catedral de Murcia) se convierte en las
manos de Santiago Delgado en una figura potente y llena de luz, majestuosa e
inolvidable.
Acérquense a esta novela para disfrutar, para aprender y, en sus cuatro últimas páginas, para emocionarse de un modo extraordinario. Ya verán.
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