Porticado
con un prólogo de Camilo José Cela (que se preocupa muchísimo por resultar todo
lo zafio y grosero que puede, quizá con la curiosa intención de que los
lectores de la obra entren en ella con cara de asco o acidez de estómago), he
vuelto a leer, treinta años más tarde de mi primera visita, El diccionario
de Coll, que poseo en su 29ª edición (“311.ooo ejemplares”, dice un sello
en la cubierta). Mucho más habilidoso para el humor que su prologuista, el
conquense José Luis Coll elabora un simpático prontuario de palabras que,
obviamente, no admite ningún tipo de resumen, por su condición misma. Decir que
he sonreído muchísimo en sus páginas y que he subrayado docenas de definiciones
se me antoja el mejor elogio que le puedo hacer a este trabajo, donde la
chispa, la filigrana verbal, el manejo de la ironía y el giro inesperado en las
entradas garantizan dos tardes de felicidad lectora.
Déjenme
que, como simple muestra, les anote algunas (y después les dejo que se adentren
en sus 222 páginas y disfruten sin más):
GALANTETAR
(“Requebrar a una mujer por la belleza de su busto”).
HABITONTO
(“Cada una de las personas que residen en este mundo, salvo raras
excepciones”).
HIDROPOESÍA
(“Acumulación anormal de poemas en una parte del cuerpo”).
IDÓLETRA
(“Que adora las letras”).
PERMEABLE
(“Que puede ser penetrado por la orina”).
PROSTETANTE
(“Enfermo de la próstata que se pasa el día quejándose del gobierno”).
RECETA
(“ZZ”).
SEVILLETA
(“Paño que, en la capital de la Giralda, sirve en la mesa para aseo y limpieza
de cada comensal”).
VIEGILIA
(“Falta de sueño en las ancianas”).
ZUECO (“Andaluz nacido en Suecia”).
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