Me
ha gustado encontrarme (se trataba de una visita demasiado demorada) con los
versos de María Alcocer González, reunidos en el volumen Alexanderplatz ha
olvidado los trenes (Ars Poética). Y me ha gustado, sobre todo, porque he
podido encontrarme con una lírica diferente, musculosa e intrincada. Es cierto
que, de vez en cuando, me apetece disfrutar de poemarios fáciles, donde la
música y la temática inunden garganta y oídos con su frescor inmediato; pero no
es menos verdad que también me gusta adentrarme en selvas verbales menos
sencillas, menos complacientes, que reclamen mi atención, mi lentitud, mi
silencio.
Dueña
de una técnica soberana y de una enorme potencia para el fraguado de imágenes,
María Alcocer nos invita, página a página, para que recorramos su territorio de
mármol y de niebla, donde “la sintaxis de la locura” (p.26), “alguna noble
verdad” (p.53) y miradas “que vigilan el aire” (p.123) nos van entregando
instantes de luz y briznas de oscuridad, que tendremos que unir con la
paciencia de quien se enfrenta a un puzle fastuoso. El resultado es una
amplísima vidriera, un caleidoscopio de textura proteica, que nos deja siempre
pensativos, siempre con la duda de si habremos interpretado el texto de la
forma adecuada.
En
realidad, nada importaría que nuestra lectura difiriese de la imaginada por la
escritora, porque de ese modo estaríamos entablando un fértil diálogo con ella,
en el que quizá ambas partes descubrirían sorpresas y atisbarían rompimientos
de gloria que no estaban previstos.
Todo un tour de force esta aventura lírica, que les recomiendo para un fin de semana de chimenea y silencio ubicuo. Se van a sorprender.
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