Después
de leer con auténtica admiración este maravilloso libro de Julia Navarro (Una
historia compartida. Con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos), que
es un densísimo proyecto para revindicar a las mujeres que, habiendo sido
cruciales en la historia del pensamiento, el arte y la ciencia, han sido
preteridas por la visión “hombrecéntrica” (permítaseme el palabro), me formulo
una pregunta que me hace fruncir el ceño, sin sombra alguna de ironía: ¿a
cuántas mujeres he leído e incorporado a mi blog de reseñas? Nunca me ha
preocupado respetar ningún tipo de “porcentaje”, como es lógico (no leo a nadie
porque sea hombre o mujer); pero la ridiculez de la cifra final me ha dejado
absolutamente perplejo. Eran (son) muy pocas. Insisto: nunca me he dejado
llevar por criterios sexuales para elegir la obra que voy a leer. Pero insisto
también: son muy pocas las mujeres que he reseñado. Me he quedado entonces en
silencio y me he formulado, sin testigos, la pregunta clave e inquietante: ¿me
habré dejado influir (de forma inconsciente) por una “tendencia de mercado”,
que se ha colado en mi biblioteca o en mi ánimo sin que fuese capaz de
detectarla? Después de ese interrogante, me he metido entre los anaqueles de mi
biblioteca y he contado los libros “de mujeres” que tengo allí sin leer:
Laforet, Matute, Gordimer, Austen, Mistral, Belli, Camps, Dickinson, Fortún,
Champourcín, Quiroga, Buck, Lessing, Yourcenar, Munro, Fallaci… Y he sentido un
escalofrío, porque he sentido el vértigo revelador de que quizá sí que me he
dejado “conducir” por una inercia “hombrecéntrica”.
Absorto y embriagado por la manera en que Julia Navarro me ha ido contando las vidas y aportaciones de estas mujeres envueltas en la niebla, me he decidido a corregir mi injusticia. Una mujer me convirtió en lector (mi tía Esperanza, que era bibliotecaria); una mujer fue mi primera admiración consciente (Agatha Christie); una mujer escritora vive conmigo… ¿Por qué no les he prestado a ellas más atención? “El sonido de las campanas forma parte de nuestra cultura. Hay que ser rematadamente tonto para que a uno le molesten”, indica Julia Navarro en la página 195 del volumen. “En España el sectarismo es un pecado tan gordo como la envidia”, nos dice en la página 312. Yo he escuchado por fin esas gozosas campanas y he comprendido mi involuntario sectarismo: es hora de ponerle remedio de forma contundente.
1 comentario:
Me parece fantástico que el libro de Julia Navarro te haya servido para tomar conciencia de tu ¿hombrecentrismo? (un palabro increíble, desde luego). No creo que sea tal, lo que creo, viendo tu gusto por leer clásicos, es que entre los autores que frecuentas hay más hombres que mujeres sencillamente porque en esos años o siglos la mujer estaba más desplazada del mundo literario que ahora mismo. Hoy son mayoría los libros hechos por mujeres.
La autora de la obra que reseñas no se cuenta entre mis favoritas. He leído de ella varias novelas y no he salido completamente satisfecho de ninguna de ellas; es más de una, "Historia de un canalla", francamente descontento y con cara de tonto al sentirme estafado. Con todo y con eso se la lee bien y lleva las tramas que plantea con ritmo y bien hacer, pero no es autora a la que haya vuelto tras mis desilusiones consecutivas con ella.
Un abrazo, Rubén
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