Durante
mi infancia, jugaba en ocasiones a fingirme ciego y comprobar hasta qué punto
sabía adaptarme a ese modo de vida. Cerraba los ojos y me movía por mi casa,
intentando no tropezar con los muebles, beber agua del frigo o sentarme en la
mecedora después de localizarla al tacto. Pero un día, después de sonreír por
mis logros, constaté con perplejidad que, al margen de esas “victorias”
diminutas, no podía leer, no podía escribir y, mucho peor, no hubiera sido
capaz de salir de mi vivienda y moverme por la calle. Siendo ya profesor de
bachillerato, he insistido algunas veces a mis alumnos para que intenten el
experimento y extraigan consecuencias.
Ahora
me sumerjo en una novela asfixiante, en la que el portugués José Saramago lleva
esa propuesta hasta su límite: ¿qué pasaría si, por una inexplicable epidemia
súbita, todos los habitantes del mundo se quedaran ciegos? ¿En qué quedarían
convertidas las ciudades? ¿Cómo se podría sobrevivir, sin coches, sin libros,
sin supermercados, sin colores, sin saber dónde estás, sin saber cómo volver a
casa o dónde encontrar un retrete? Ocioso sería anotar en esta página un
resumen del argumento de la narración, porque su fama literaria, el mundo del
cine e incluso la propia imaginación de los lectores suplirá aproximadamente
esas líneas; pero les aseguro que Saramago consigue un nivel de sofoco, de
exactitud, de crueldad necesaria (los seres humanos, sometidos a esa
limitación, incurrirían en la feroz impiedad de los animales salvajes), que la
lectura del libro corta la respiración más de una vez. Por ejemplo, cuando los
protagonistas se encuentran por la calle y no son capaces de saber hacia dónde
dirigirse, en medio de un laberinto de coches estacionados, perros que aúllan
buscando comida y cadáveres esparcidos por las aceras. Por ejemplo, cuando un
grupo de ciegos que han conseguido un arma y controlan la comida exigen que las
mujeres del otro grupo se conviertan en objetos sexuales a cambio de comida
(preparen el estómago para esta indigna secuencia terrible, que los hará
oscilar entre las lágrimas y el vómito).
Copio
una frase de la novela: “Si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus
consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las
consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego
las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer
pensamiento nos hubiera hecho detenernos”. Copio otra frase: “Dentro de
nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos”.
Hace un par de años anoté en este Librario que no me terminaban de convencer las obras de José Saramago, pero decidí intentarlo de nuevo. Ahora me alegro de haberlo hecho: Ensayo sobre la ceguera es una auténtica maravilla novelística.
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