Con
el mundo de la infancia, con los recuerdos primeros, se puede hacer en el mundo
de las letras dos cosas: basura sentimental o belleza. Lo frecuente es que
ocurra lo primero, pero no siempre por impericia del autor o autora, sino
porque quien convierte las emociones en tinta no es capaz de objetivar las
escenas y se limita a plasmarlas como le emocionaron, sin darse cuenta de que
quien lee no participó de los hechos reales y necesita que se los presenten de
forma estética. No obstante, también disponemos de ejemplos de lo
segundo. El último que acabo de descubrir se lo debo al volumen Tres cuentos,
de Truman Capote, que traducen Enrique Murillo, Paula Brines, Ángela Pérez y
José María Álvarez Flórez y edita el sello Anagrama.
En
estas espléndidas narraciones nos encontramos con un niño más bien pobre
llamado Buddy, rodeado de forma invisible por unas figuras paterna y materna
más bien difusas (usemos un eufemismo cortés), que se refugia en la amistad con
la vieja Miss Sook (una pariente más bien candorosa que lo aventaja en medio
siglo y que siempre calza zapatillas deportivas) y que vive experiencias
positivas (el disfrute del mundo rural, la pesca), pero también negativas (el
atosigante maltrato que le prodiga el malvado pelirrojo Odd Henderson, quien lo
juzga marica y pretende reeducarlo con sus perrerías inicuas). Las tres
narraciones, realmente conmovedoras y magistralmente escritas, coinciden en
varios puntos, lo que nos permite a los lectores conectarlas y establecer el
dibujo de la infancia capotiana, casi como si se tratara de una novela corta.
Recomiendo de forma especial que se fije la mirada en la anciana tía, quien no
tiene afición a la lectura, porque “las personas de mi edad no deben malgastar
la vista. Cuando se presente el Señor, quiero verle bien” (p.16); y que
considera que “sólo hay un pecado imperdonable: la crueldad deliberada.
Todo lo demás puede perdonarse” (p.113). Pero tampoco resultan desdeñables,
desde el punto de vista psicológico, las figuras de Odd Henderson o incluso el
atormentado padre del narrador, al que conocemos en el relato “Una Navidad”.
He leído muy poco a Truman Capote, pero todas sus páginas me han satisfecho siempre. Las de hoy, de forma especial.
1 comentario:
Si antes, durante o después se acompañan estos cuentos con la lectura de "Matar a un ruiseñor", uno se sumerge en el espacio y tiempo que compartieron T. Capote y Harper Lee en la infancia de los dos.
Una delicia este librito, sobre todo si la Navidad está cerca.
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