Cuando
se puso a escribir esta obra, quizá Rosa Huertas no era consciente de todo lo
que estaba a punto de consignar en sus páginas (la forma inicua en que las
mujeres han estado silenciadas en el mundo de la cultura durante siglos; los cortinajes
que se han colocado alrededor de las creadoras para mantener su obra en la
oscuridad; el humillante paternalismo desdeñoso que sobre ellas se ha
desplegado con triste eficacia). Pero la grandeza de esta obra, que se titula Mujeres
que leían y que fue publicada por el sello Tres Hermanas en 2019, reside en
que, detallando anécdotas de su núcleo familiar, nos ha dejado el imborrable
dibujo de unas mujeres que “ni siquiera supieron que podían soñar” (p.23) y que
“se rebelaron ante el destino” (p.112), reclamando sin aspavientos una justicia
y una igualdad que ahora Rosa les reconoce con su hermoso homenaje sentimental
y literario.
Habría
que ser muy obtuso para negar la cruel manipulación, la cruel campaña de
silencio, la cruel postergación implacable que sobre las mujeres se ha ejercido
desde tiempo inmemorial: se les hizo creer que eran inferiores, fueron
ocultados de forma deliberada sus logros y méritos, se les negaron derechos
básicos sin que mediase ningún tipo de explicación, se ocultaron sus nombres (a
veces, incluso se les arrebató un porcentaje no pequeño de su grandeza
convirtiéndolas en las “esposas de”, incluida Madame Curie) y se ridiculizaron
sus intentos por cantar, esculpir, pintar o escribir, como si fueran seres de
segunda categoría. Todo eso nos lo resume Rosa Huertas hablándonos de su madre
(que no pudo cantar en el colegio, con seis años, Noche de paz, porque
sus padres no podían permitirse la compra de un traje de pastorcilla, y que no
pudo resarcirse de esa tristeza hasta ochenta años después), de su tía abuela
Robertina (que leía de forma voraz unos libros que, años después, fueron
quemados por ser “peligrosos”), de otras mujeres de su familia (que escribieron
partituras que solamente aparecieron años más tarde, cuando ellas ya no
existían) y de ella misma (que se sumó al mundo de las lectoras empedernidas
gracias a los libros de Elena Fortún y que siempre soñó con publicar sus
propios libros: ella sí ha cumplido su sueño).
Heredera
de un valiente grupo de mujeres inteligentes, Rosa Huertas escribe en la página
133 de este libro un párrafo que no me resisto a copiar entero: “Ellas, las que
nos precedieron, dejaron su impronta en la casa. Sentí que su presencia flotaba
en el aire, como si aún se pasearan, leyendo; como si Robertina siguiera
sentada en el banco del porche con El Quijote entre las manos. La
lectura nos hace crecer, nos levanta del suelo. Nadie sabe adónde va, pero sí
podemos saber de dónde viene. Yo sé que vengo de ellas, las mujeres que leían.
La lectura me une a todas, las desconocidas, y nos abrazamos en silencio desde
el tiempo”.
Yo, el sobrino de la bibliotecaria Esperanza Castillo, también vengo de mujeres que leían. Y me pongo en pie para tributarles un aplauso, en el cual incluyo a la gran Rosa Huertas, autora de este libro maravilloso.
1 comentario:
Imprescindible. Me lo llevo sin dudar.
Besos 💋💋💋
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