Tenía
Dionisia García una edad bastante infrecuente (47 años) cuando decidió entregar
a la imprenta su primer poemario, titulado El vaho en los espejos, que le
publicó el Patronato de Cultura de la Diputación Provincial. En un mundo de
prisas y arrebatos, lo cierto es que se agradece bastante la humildad paciente
de quien desea depurar su lenguaje poético hasta llegar a un modo digno
de pasar a los lectores; y El vaho en los espejos pertenece sin duda a
esa estirpe de libros. Desde el maravilloso poema inicial, que comienza con la
palabra “Tiemblo” y que nos habla de la perturbadora contemplación del tiempo
que huye y nos erosiona, arrebatándonos los paisajes, las emociones y a las
personas (“Habrá lilas”) hasta el soneto que cierra el volumen, donde realiza
un hermosísimo homenaje a Antonio Machado, todo en esta obra parece estar
equilibrado, medido, bordado con primor meticuloso.
Hablo
de cuando se refiere al mar y nos deja en los ojos “su belleza mojada: / cuando
tiembla de verdes o cabalga de espuma, / o se asoma mordiendo los bordes de la
tierra”. Hablo de cuando nos enumera, con voz entrecortada, todo lo que
dejaremos a este lado cuando la muerte, con su fría eficacia, nos capture y
neutralice (“No estaremos”). Hablo de cuando se coloca, emocionada, ante la
tumba de Miguel Hernández y le tributa dieciséis versos memorables. Hablo de
cuando reconstruye la figura de José María Párraga, soñador de palomas y de
mujeres que miraban el viento (“El pintor”).
Un poemario lleno de serenidad, lucidez e imágenes hermosas, que consigue que, mientras lees, el silencio se vaya adueñando de ti. Pocos autores lo logran.
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