He
tenido un déjà vu mientras terminaba con el corazón en un puño las
páginas finales de Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender.
Recuerdo lo que experimenté hace casi cuarenta años, cuando leí la novela por
primera vez: una poderosa sensación de mal cuerpo. Y ha vuelto a repetirse, con
idéntica pujanza, al redescubrir cómo Mosén Millán, torpe o ciego, obcecado o
inocente, provoca la muerte de Paco el del Molino cuando se permite la
debilidad de confesar, ante los señoritos fascistas que están ocupando el
pueblo con sus pistolas y sus ejecuciones nocturnas sumarísimas, el lugar donde
se esconde el muchacho, que ha cometido el error de enfrentarse de forma
abierta al señor duque. Mosén Millán lo vio nacer, lo bautizó, le dio la
primera comunión, lo tuvo de monaguillo auxiliar en la iglesia, se hizo
acompañar por él para administrar una extremaunción (episodio clave en la
novela, porque despierta la inquietud humana y social en el chiquillo), lo casó
con Águeda… y ahora, confiando de un modo insensato en la probidad de sus
enemigos, lo pone en sus manos inerme. De ahí a la escena del fusilamiento
(terrible, conmovedora, brutal) apenas fluyen unas horas: la venganza no
necesita, en determinadas épocas, disimulos. Y los señoritos fascistas que
están empeñados en que todo vuelva a ser como era antes, quemando banderas
republicanas y matando a quienes se atrevan a enfrentarse a ellos, no se andan
con chiquitas.
Ahora,
un año después del crimen, Mosén Millán está a punto de oficiar la misa de
aniversario y descubre con un estupor dolido que los tres responsables de la
muerte (los ricos don Gumersindo, don Valeriano y don Cástulo) se permiten la
cínica frivolidad de rivalizar entre ellos para ver quién sufraga la misa.
El
párrafo que subrayé con rotulador rojo hacia 1983-1984 (ahora tiene un tono muy
apagado, casi ocre) me sigue emocionando. Son las palabras que pronuncia el
padre de Paco cuando observa a su hijo recién nacido: “¡Qué cosa es la vida!
Hasta que nació ese crío, yo era sólo el hijo de mi padre. Ahora soy, además,
el padre de mi hijo. El mundo es redondo, y rueda”. Ya puedo hacer mías esas
palabras.
Novela dura, cortante y formidablemente construida con saltos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, en la que Ramón J. Sender nos deja un relato sobrio y revelador de unos meses inicuos de la Historia de España.
2 comentarios:
Me gustó cuando la leí hace muchísimo tiempo.
La leí hace décadas, ya no sé ni cuántas, y aunque no he vuelto a releerla la tengo clarísima en mi mente todavía, como si lo hubiera leído ayer. Eso sí, la película la he visto media docena de veces.
Besos
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