Hay
tres modalidades —quizá sean más: las taxonomías suelen ser flexibles— de
libros de viajes: en la primera, el autor se ciñe a un enfoque de cámara
fotográfica o de vídeo, mostrándonos lo que ve y dejando que nos impregnemos
con esas imágenes; en la segunda, el paisaje es una mera basa, sobre la que
construye su columna de erudiciones históricas, antropológicas, zoológicas o
botánicas; y en la tercera (no ocultaré que se trata de mi predilecta), el
escritor reúne las características de las dos anteriores: observa, describe,
elucubra, relaciona, solapa e hibrida personas y paisajes, comidas y
atardeceres, charlas y silencios, vientos y piedras. Manuel Moyano (Córdoba,
1963) obtuvo hace unos meses el XVI premio Eurostars Hotels de narrativa de
viajes con una obra que, bajo el título de La frontera interior, publica
ahora el sello RBA; y que se inscribe de forma decidida y brillante en el
último de los bloques.
Movido
por la voluntad de recorrer una zona muy relacionada con su infancia (y que no
ha sido objeto de demasiada atención por parte de los viajeros), el autor
recorre Sierra Morena en un “humilde utilitario”, que le permite ir
desplazándose desde Aldeaquemada (inicio del trayecto) hasta Portugal, en un
largo trayecto que se ve coloreado por varios puntos de inflexión con nombres
de poeta: Alejandro López Andrada, Manuel Moya y Miguel Hernández. Ellos le
sirven de guía, de faro, de enriquecimiento, de compañía espiritual (y a veces
gastronómica); y le permiten observar detalles o adoptar perspectivas que quizá
le podrían haber pasado inadvertidas sin su auxilio. Porque un viaje (que
siempre es muchas cosas) sólo es auténticamente iluminador cuando sentimos que
lo externo y lo interno se funden y nos convierten en otros: si de un buen
libro no se sale idéntico, de un viaje de verdad tampoco lo hacemos.
Manuel Moyano se adentra en iglesias muy antiguas, holla baldosas que quizá
pisó Miguel de Cervantes, visita museos como el de Las Navas de Tolosa,
adquiere libros locales de reducidísima tirada, charla con cronistas o venteros,
anota vocablos sorprendentes, prueba el salmorejo jarote y consigue que los
lectores, incluso aquellos que pertenecemos a la Cofradía del Sedentarismo,
sintamos una punzada de envidia por sus viajes. Qué no podrá conseguir un
escritor tan excelso como él.
Léanselo. No lo duden ni un minuto. Les va a encantar.
1 comentario:
Vale, pues no lo dudo. Verbum Dei 😁😉💋
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