jueves, 17 de marzo de 2022

La frontera interior

 


Hay tres modalidades —quizá sean más: las taxonomías suelen ser flexibles— de libros de viajes: en la primera, el autor se ciñe a un enfoque de cámara fotográfica o de vídeo, mostrándonos lo que ve y dejando que nos impregnemos con esas imágenes; en la segunda, el paisaje es una mera basa, sobre la que construye su columna de erudiciones históricas, antropológicas, zoológicas o botánicas; y en la tercera (no ocultaré que se trata de mi predilecta), el escritor reúne las características de las dos anteriores: observa, describe, elucubra, relaciona, solapa e hibrida personas y paisajes, comidas y atardeceres, charlas y silencios, vientos y piedras. Manuel Moyano (Córdoba, 1963) obtuvo hace unos meses el XVI premio Eurostars Hotels de narrativa de viajes con una obra que, bajo el título de La frontera interior, publica ahora el sello RBA; y que se inscribe de forma decidida y brillante en el último de los bloques.

Movido por la voluntad de recorrer una zona muy relacionada con su infancia (y que no ha sido objeto de demasiada atención por parte de los viajeros), el autor recorre Sierra Morena en un “humilde utilitario”, que le permite ir desplazándose desde Aldeaquemada (inicio del trayecto) hasta Portugal, en un largo trayecto que se ve coloreado por varios puntos de inflexión con nombres de poeta: Alejandro López Andrada, Manuel Moya y Miguel Hernández. Ellos le sirven de guía, de faro, de enriquecimiento, de compañía espiritual (y a veces gastronómica); y le permiten observar detalles o adoptar perspectivas que quizá le podrían haber pasado inadvertidas sin su auxilio. Porque un viaje (que siempre es muchas cosas) sólo es auténticamente iluminador cuando sentimos que lo externo y lo interno se funden y nos convierten en otros: si de un buen libro no se sale idéntico, de un viaje de verdad tampoco lo hacemos. Manuel Moyano se adentra en iglesias muy antiguas, holla baldosas que quizá pisó Miguel de Cervantes, visita museos como el de Las Navas de Tolosa, adquiere libros locales de reducidísima tirada, charla con cronistas o venteros, anota vocablos sorprendentes, prueba el salmorejo jarote y consigue que los lectores, incluso aquellos que pertenecemos a la Cofradía del Sedentarismo, sintamos una punzada de envidia por sus viajes. Qué no podrá conseguir un escritor tan excelso como él.

Léanselo. No lo duden ni un minuto. Les va a encantar.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Vale, pues no lo dudo. Verbum Dei 😁😉💋