Vuelvo
al mundo clásico para leer las Cartas de amor del enigmático
Lucio Flavio Filóstrato, también conocido como Filóstrato de Atenas, un sofista
griego al que aún no había tenido la ocurrencia de acercarme y cuya escritura
me ha gustado. Son pequeños cuadros narrativos en los que el amor se convierte
en gran protagonista y donde se barajan varios núcleos temáticos muy evidentes:
el primero es la utilización de la rosa (“el cabello de la primavera”) como
símbolo de la belleza y de la caducidad; el segundo es la consideración
(platónica) de los ojos como puerta de acceso para el amor (“Dichosos, dioses,
los ciegos de nacimiento, en quienes el amor no tiene acceso”); el tercero es
la metaforización de la vida humana mediante el uso de las estaciones del año
(el esplendor de la primavera, la decadencia del otoño, la tristeza derrotada
del invierno); el cuarto, la idea de que el amor no se deja influir por
cuestiones de frontera o nacionalidad (“¿Qué otra cosa son las patrias que
miserables parcelas de legisladores desalmados que delimitan sus propiedades
con montes y puertas?”).
Pero
reconozco que las secuencias que más han conseguido llamar mi atención son
aquellas en las que Filóstrato contrapone las características, estrategias,
virtudes y defectos de los amantes ricos y los amantes pobres. Los primeros son
desdeñosos, soberbios y están pagados de sí mismos, además de ser inconstantes;
los segundos son fieles, humildes y dan su corazón de forma noble. Sus palabras
son sin duda mejores que las mías para explicarlo: “El ilustre achaca la
conquista a los recursos de su atractivo personal; el pobre, en cambio, a la
benevolencia de quien la concede”. “El rico te llama su amado; yo mi dueño.
Aquél su lacayo; yo mi dios. Aquél te considera una parte de su patrimonio; yo,
en cambio, todo lo mío. Por eso, si aquél se enamora de nuevo de otro, tendrá
la misma disposición con él; el pobre, en cambio, se enamora sólo una vez.
¿Quién es capaz de quedarse contigo cuando estás enfermo? ¿Quién de quedarse en
vela? ¿Quién de seguirte al campo de batalla? ¿Quién de interponerse ante una
flecha disparada? ¿Quién de caer por ti? En todo eso soy rico”. Con esa consideración,
no resulta extraño que el amor ofrecido por una persona humilde pero fervorosa
alcance tan alto grado de pureza: “Ordéname navegar, y me embarco; sostener los
golpes, y resisto; arrojar mi vida, y no lo dudo; correr a través del fuego, y
no digo que no. ¿Qué hombre rico hace esto?”.
Una lectura, sin duda, muy placentera.
1 comentario:
Sé que no viene a cuento pero es que yo me estoy riendo, y te explicaré el porqué: este libro salió en una ocasión en el aula de griego, pero yo andaba muy despistada y pensando en otras cosas y solamente me quedé con el nombre de Filóstrato. Desde ese momento para mi compañera de pupitre para mí todo era un filostrato o todos eran unos filóstratos... (y no me voy a extender más porque con el paso de los años me da vergüenza recordarlo, qué boba se puede llegar a ser 😖😅)
Prometo leerlo y esta vez muy en serio.
Besos.
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