He
leído algunos textos escritos con motivo de la pandemia de covid que nos ha
golpeado desde principios de 2020, y reconozco que, admirado por algunos de
ellos (Muñoz Molina) y decepcionado por otros (aquí permítanme que omita
nombres), sentía curiosidad por ver cuál era la reacción literaria de algunas
personas de mi entorno más cercano. Una de esas personas es Juan Francisco
Vivo, poeta de Pliego, del que acabo de terminar su breve volumen Se ha
borrado el mundo (Aliar Ediciones), una obra donde mezcla prosa y verso y
donde se enfrenta a los grandes interrogantes de la vida, el tiempo y el ser
humano. Ave enjaulada, el poeta se aferra a las argollas de la poesía (Gelman,
Valente, Blas de Otero), de la prosa (Pizarnik, Kerouac, Cervantes), del teatro
(Calderón), de la música (Aute, jazz); pero también a otras argollas mucho más
próximas, como su mujer o su hijo, como el espacio cálido de su hogar, como el
silencio hondo de la reflexión.
Toda
la tensión, toda la incertidumbre, todos los gritos, todas las lágrimas de
aquellos (de estos) meses terribles, inesperados y agrios quedan convertidos
aquí en palabras para el futuro, en preguntas líricas donde se quiebra la voz,
pero no el tono.
Éste era el libro que esperábamos de Juan Francisco Vivo. Ya lo tenemos.
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