viernes, 18 de febrero de 2022

No entres dócilmente en esa noche quieta

 


No me resisto a copiar un párrafo de la página 116 de esta excepcional obra de Ricardo Menéndez Salmón: “Comencé este libro queriendo hablar acerca de mi padre, pero comprendo que, al hacerlo, he hablado (estoy hablando) de cosas que están más allá, por encima o incluso antes de él. Que estoy hablando de mis temores y temblores, de mis logros, de mis recelos, de mis propias invisibilidades y de mis propios venenos. Si el parto promete traer al mundo más de una criatura, debo congratularme por ello, pues clarificar el origen de uno mismo es una de las escasas pesquisas que merece la pena abordar. Dirimir en la página quién fue mi padre me permite afrontar los diálogos que nos faltaron, vencer la sordera que nos atenazó, acatar el exilio que nos recluyó en un recíproco destierro. Supone, de paso, alumbrarme a mí mismo”. Con esa luz como norte, es fácil comprender que este libro no constituye medularmente un ajuste de cuentas, en el sentido banal del sintagma (Menéndez Salmón no se dedica en estas páginas a enhebrar recriminaciones, apilar rencores y anotar con escrúpulo mezquino los fallos de su progenitor), sino un ejercicio honesto de búsqueda, una exploración emocional y biográfica en la que intenta “insuflar vida a una estatua”, como tan gráficamente define en la página 157 la tarea del escritor auténtico. Es una empresa condenada al fracaso, porque nadie está capacitado para conocer y entender del todo a ningún otro ser humano, pero que ejecuta con fervor digno de admiración.

Aquí están los traumas del niño que vivió rodeado por la enfermedad paterna, por el alcoholismo, por las servidumbres de un hogar asfixiante; aquí están las más serenas intenciones frente al ejercicio de la escritura (“Podría parecer que por momentos es la cólera la que guía mi mano, pero creo hallarme lejos de su imperio mientras escribo”, p.43); aquí están los viajes del hombre que ha conseguido el reconocimiento nacional e internacional por sus novelas; aquí están sus juicios literarios (dice que Escuela de mandarines, de Miguel Espinosa, es “la novela en mi opinión más extraordinaria escrita en España durante la segunda mitad del siglo pasado”, p.144); aquí está, en fin, la prosa admirable, rica, fastuosa, de uno de los estilistas más completos del panorama actual.

Un volumen lleno de dureza, de firmeza analítica, de mandíbulas enclavijadas, de ojos humedecidos, de rectitud moral y de introspección, que se lee tragando saliva a cada página.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Ooooooh, qué lectura tan deliciosa, no encuentro otra palabra. Me gusta.

Besos.