No
me resisto a copiar un párrafo de la página 116 de esta excepcional obra de
Ricardo Menéndez Salmón: “Comencé este libro queriendo hablar acerca de mi
padre, pero comprendo que, al hacerlo, he hablado (estoy hablando) de cosas que
están más allá, por encima o incluso antes de él. Que estoy hablando de mis
temores y temblores, de mis logros, de mis recelos, de mis propias
invisibilidades y de mis propios venenos. Si el parto promete traer al mundo
más de una criatura, debo congratularme por ello, pues clarificar el origen de
uno mismo es una de las escasas pesquisas que merece la pena abordar. Dirimir
en la página quién fue mi padre me permite afrontar los diálogos que nos
faltaron, vencer la sordera que nos atenazó, acatar el exilio que nos recluyó en
un recíproco destierro. Supone, de paso, alumbrarme a mí mismo”. Con esa luz
como norte, es fácil comprender que este libro no constituye medularmente
un ajuste de cuentas, en el sentido banal del sintagma (Menéndez Salmón no se
dedica en estas páginas a enhebrar recriminaciones, apilar rencores y anotar
con escrúpulo mezquino los fallos de su progenitor), sino un ejercicio honesto de
búsqueda, una exploración emocional y biográfica en la que intenta “insuflar
vida a una estatua”, como tan gráficamente define en la página 157 la tarea del
escritor auténtico. Es una empresa condenada al fracaso, porque nadie está
capacitado para conocer y entender del todo a ningún otro ser humano,
pero que ejecuta con fervor digno de admiración.
Aquí
están los traumas del niño que vivió rodeado por la enfermedad paterna, por el
alcoholismo, por las servidumbres de un hogar asfixiante; aquí están las más
serenas intenciones frente al ejercicio de la escritura (“Podría parecer que
por momentos es la cólera la que guía mi mano, pero creo hallarme lejos de su
imperio mientras escribo”, p.43); aquí están los viajes del hombre que ha
conseguido el reconocimiento nacional e internacional por sus novelas; aquí
están sus juicios literarios (dice que Escuela de mandarines, de Miguel Espinosa,
es “la novela en mi opinión más extraordinaria escrita en España durante la
segunda mitad del siglo pasado”, p.144); aquí está, en fin, la prosa admirable,
rica, fastuosa, de uno de los estilistas más completos del panorama actual.
Un volumen lleno de dureza, de firmeza analítica, de mandíbulas enclavijadas, de ojos humedecidos, de rectitud moral y de introspección, que se lee tragando saliva a cada página.
1 comentario:
Ooooooh, qué lectura tan deliciosa, no encuentro otra palabra. Me gusta.
Besos.
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