África es
una niña de 11 años que se encuentra rodeada por un ambiente familiar y escolar
de lo más inadecuado: Andrea, su guapísima compañera de colegio, se ha
disgustado con ella y se ha convertido en su difamadora, logrando que todos los
demás le hagan el vacío; su hermano Mario es un adolescente que, absorto en su
móvil, solamente levanta la cabeza de él para insultarla y criticar la fealdad
de su rostro y la condición “churretosa” de su culo; su madre, incapaz de
frenar las embestidas orales de Mario, se dedica a intentar poner parches
insuficientes, como llamarla “princesa”; y su padre, según ha descubierto la
niña, le está siendo infiel a su madre con otra persona.
En esa
órbita de amarguras, África decide emprender una loca carrera contra sí misma, privándose
de alimentos, realizando ejercicio físico y utilizando diversos trucos para
diluir la imagen insatisfactoria de su rostro (recorta unas caretas coloreadas
con aspecto de emoticonos, que se lo cubren y la protegen). África ha decidido
no quererse; y se adentra por un peligroso camino de autodestrucción, que la
conducirá al borde del acantilado.
Sólo cuenta con un punto de apoyo, con una argolla a la que se aferra, con una oreja que la escucha: alguien que está al otro lado de la pantalla de un teléfono portátil. Ese alguien carece de nombre, pero conversa (inaudiblemente para nosotros) con la protagonista, y le lanza salvavidas. Ese alguien quizá seas tú, que asistes a la representación de la obra. O que la lees con la piel estremecida. Ojalá atines entonces con las palabras adecuadas, que conforten y convenzan a la muchacha. En todo caso, el viaje suicida de África es el viaje de muchas personas que, heridas o zarandeadas o desconcertadas o erosionadas, optan por un sendero del que resulta muy difícil poderlas rescatar. Y Diana de Paco Serrano consigue que nos impliquemos en ese rescate emocional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario