Quizá volver a los orígenes, para descubrir ciertos pliegues
de la verdad que han permanecido ignorados (o han sido interpretados de forma
errónea), constituya un mecanismo iluminador, pues pocas certezas resultan
inamovibles cuando se las revisa con escrúpulo. Y si ese viaje se realiza de la
mano de la dramaturga Diana de Paco el trayecto incorpora también un gran placer
literario.
En esta ocasión, el mito revisitado es el de Casandra, una
asombrosa mujer que, tras haber obtenido de Apolo el don de la profecía (yacer
con el dios fue el precio pactado), rechazó posteriormente formalizar sus
relaciones con él, ganándose su ira y su estremecedora maldición: seguiría conociendo
el futuro, pero nadie daría crédito a sus predicciones, por considerarla una
mentirosa. Así, pese a que supo de antemano el destino que le esperaba a Troya,
ninguno de sus congéneres la creyó.
Mediante el monólogo Casandra,
la escritora murciana nos ofrece otra versión de los hechos: ninguna culpa tuvo
Paris (presunto secuestrador de Helena) en la destrucción de su ciudad. Todo se
organizó, meticulosa y torticeramente, por parte de Apolo, que anhelaba
vengarse de su desdeñosa amada. Pero como resulta punto menos que imposible
oponerse a la imagen de los hechos que divulgan los poderosos vencedores, la
hija de Hécuba sigue siendo la Gran Mentirosa. Siempre ha sido fácil llenar de
barro la reputación de una mujer a lo largo de la Historia; y Casandra, en el
punto de mira de un dios, no iba a escapar a ese triste destino.
Un texto breve, denso y lleno de bellezas expresivas, en el que se nos invita a reflexionar sobre las verdades escondidas a las que, salvo en contadas ocasiones, no tenemos acceso “los de abajo” (para decirlo como Mariano Azuela), aunque esas verdades vertebren nuestro mundo.
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