Leí este
conjunto de poemas en el mes de noviembre de 1999 y anoté en una de sus
primeras páginas el siguiente mensaje, dirigido a mi yo del futuro: “Releer
dentro de veinte años. Qué elegancia”. Ahora, veinte años y cinco meses después
(he sido casi puntual), vuelvo a instalarme durante unas horas en sus versos; y
reitero mi admiración por el poeta.
Qué
asombrosa elegancia madurísima se advierte en estas composiciones, como si el
autor, instalado en una senectud adelantada, juzgase la vida y el mundo a
través de los ojos sabios de alguien que, habiendo vivido, reflexiona con pausa
y extrae conclusiones. Una música suave y lenta modula las líneas,
convirtiéndolas en un arroyo de sonidos que, tenues, nos transmiten su elevado
mensaje.
Heráclito
y Proust cogen nuestras manos para adentrarnos en el tomo, y nos pasean por
acantilados altísimos, por Alejandría, por Bayreuth y por Roma; pero también
por cañaverales y acequias, por entornos de limoneros y por claustros
monacales. Y en todos los escenarios, la voz de un poeta que oye y que escucha,
que mira con lentitud y que respira en paz.
Si me
permiten un consejo, lean con especial pausa, en el mayor de los silencios, las
composiciones “Recuerdo del Gólgota”, “Que Dios sea cierto” y “Acuérdate”. Creo
que me agradecerán la sugerencia.
1 comentario:
Cuando era pequeña la palabra Gólgota me daba escalofríos, y es porque el cura que nos preparaba para la Comunión, lo pronunciaba de una manera tan terrorífica que me dejó traumatizada por el resto de mi vida 😂😂😂
Tomo buena nota.
Besos
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