jueves, 9 de abril de 2020

El Día del Juicio




Es un día especial. De hecho, es el más especial de todos, porque es el último. Todas las personas que han fallecido desde el inicio de los tiempos se alzan de sus tumbas y esperan, durante una jornada, la celebración del Juicio Final. Pero en esas veinticuatro horas son libres de acometer las acciones que deseen, sin ningún tipo de directriz o cortapisa. Unos se entretienen acudiendo a los toros, la ópera o el café; otros visitan los centros religiosos, para pedir perdón por sus pecados; otros, deambulan perdidos y con el desconcierto azuzándolos a realizar los actos más absurdos.
En medio de ese panorama nos encontramos con el personaje de Justino, que trata de hacer realidad varios deseos que siempre ha alimentado. El primero es conocer a determinados personajes históricos (a quienes tiene ocasión de ver y escuchar con atención: desde Julio César hasta Greta Garbo, pasando por un abatido Karl Marx, que susurra con melancolía: “Sospecho que me conoce menos gente de la que cree conocerme; que de mí se habla mucho de oídas, como de las sirenas”); el segundo, encontrarse de nuevo con la mujer de la que, siendo todavía un niño, se enamoró platónicamente, para descubrir si ahora que se encuentran tan cerca del final de los tiempos, es posible conocer el sabor de sus labios y el tacto de su cuerpo.
Subrayo en rojo esta frase del acto segundo: “El libro de la sabiduría tiene muchas páginas. Es bueno leerlas todas”. Subrayo también ésta del acto tercero: “Se habla mucho de ganarse la vida. […] Debiera pensar más la gente en ganarse la muerte, es decir, el derecho a descansar de la vida, de entregarla, devolverla a quien nos la haya prestado con el parte de Misión cumplida”.
Esta pieza teatral del mexicano Rafael Solana (1915-1992) nos sitúa ante una idea tan sugerente como asombrosa: ¿qué haríamos cada uno de nosotros en esas veinticuatro horas? ¿Qué actos desearíamos realizar? ¿A qué lugares acudir? ¿A qué personas reconocer? Justino lo descubre, con sorpresa y dulzura, en la última página de la obra, cuando el sol está comenzando a rayar en el horizonte y se aproxima el instante de perderlo todo.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

A mí que me incineren, no quiero volver a levantarme corporalmente para nada, volver como espíritu insidioso si, que a algunos se la tengo jurada 👹😈😁
El libro tiene pintaza total.