Cuarto
libro de poesía que leo o releo en este mes de mayo, y todos me aportan gratos
instantes de felicidad. Ahora me sumerjo en las páginas de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, de Oliverio Girondo,
en la edición de Trinidad Barrera (Visor, Madrid, 1995). Son espléndidos los
juegos de palabras de este autor, su búsqueda de expresiones líricas
renovadoras, su coqueteo constante con el ritmo, la sintaxis y el vocabulario.
Formidable, formidable de verdad. Podría ahora añadir más explicaciones, pero
serían palabrería innecesaria: me deja tan delicioso sabor de boca que lo más
oportuno es, creo, comprometerme a seguir con sus versos dentro de unos días.
Es el mejor homenaje.
Me
encanta que explique cómo “las olas alargan sus virutas sobre el aserrín de la
playa”, que nos hable de “chicas que se inyectan novelas y horizontes”, que nos
indique que “no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme” o que
nos retrate “unos ojos excesivos, que sacan llagas al mirar”.
Delicioso.
1 comentario:
Pues me vendrá bien cuando coja el tranvía a la Malvarrosa...😉😋😘
Publicar un comentario