Muy
variados son los argumentos que nutren Tanta
pasión para nada, de Julio Llamazares, pero el efluvio que todos desprenden
y que se traslada hasta los ojos del lector y penetra en él es uno solo: la
melancolía. O, dicho con más palabras y con más detalle: la impronta que la
tristeza, la añoranza, la derrota o el fracaso graban sobre la piel del
corazón.
Y muchas
serán las vasijas argumentales que maneje el gran autor leonés para servirnos
ese licor: el futbolista que se enfrenta a la jugada más difícil de su
trayectoria profesional, mientras recuerda cómo lo ha tratado la vida hasta
llegar ahí (“El penalti de Djukic”); el jubilado de Correos que, embarcado en
un amargo proyecto de despedida, se reencuentra con alguien imprescindible de
su ayer (“Los viajes del tío Mario”); el periodista que, en plena Nochebuena,
se descubre solo e idea una farsa para disminuir la acrimonia del instante (“El
amigo invisible”); y, sobre todo, una gran número de personas avasalladas por
la guerra civil de 1936, de quienes conocemos su amargura íntima (creo que “El
médico de la noche” es el relato más perfecto en ese ámbito).
Un libro
para degustar en silencio y con lentitud y que nos deja perlas como esta fábula
con la que cierra sus páginas y que no me resisto a copiar: “Mis padres se
pasaron la vida pensando en el día de mañana. Tú piensa en el día de mañana; tú
ahorra para el día de mañana, me decían. Pero el día de mañana no llegaba.
Pasaban los meses y los años y el día de mañana no llegaba. Hoy, de hecho, mis
padres ya están muertos y el día de mañana aún no ha llegado”.
1 comentario:
Esta frase le he dicho yo al menos un par de veces en la vida...Y referente al libro ¿Qué te puedo decir si los relatos me encantan? y encima vas y me hablas de melancolía,de leer pausada y tranquilamente, y otra cosa no, pero hoy tranquilidad me sobra, la tengo a raudales ¡Amén!
Besitos Profesor.
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