Lamentaba
Jorge Luis Borges, en una de sus páginas memorables, que la historia de don
Quijote se hubiera convertido en una ocasión de brindis patriótico, en un
objeto de análisis textual, en una pieza de enseñanza arquitectónica. Y recordaba
lo que Miguel de Cervantes quiso hacer con su libro: contar una aventura, llena
de meandros, filigranas, sonrisas, lágrimas, alborozos y decepciones. Esto es:
una novela. Y concluía el argentino que leer no debería ser una obligación,
sino una hermosa ocasión para alcanzar la felicidad. Cuando éramos niños nos
sumergíamos en las aventuras de los tebeos, en los pasadizos misteriosos donde
Los Cinco o Los Siete Secretos descubrían la solución al enigma. Luego nos
dejamos ganar por el espeluzno o por la ansiedad en los volúmenes de Agatha
Christie, Lovecraft o Edgar Allan Poe. Nos erizamos de pasión y de suspiros en
los poemas de Pablo Neruda. Nos hicimos amantes del jazz en las líneas de
Cortázar. Nos sentimos cultos y cómplices en los relatos de Jorge Luis Borges.
Llenamos los pulmones con la emoción de Kavafis, Antonio Colinas o Brines. Disfrutamos
como energúmenos con los parlamentos de Mihura o Laiglesia. Fruncimos el ceño
mientras reflexionábamos a Unamuno, Cioran, Nietzsche o Fernando Savater.
Teníamos clara la idea más importante de los libros: que uno ha de bañarse en
ellos para sentir emociones, para ser, para estar, para vivir…
Antonio
Muñoz Molina recupera esa reivindicación de plenitud en esta obra, formada por
conferencias, disertaciones y escritos cuyo espíritu se ajusta a la idea
central, enunciada arriba: leer es gozar. En esa órbita de íntima celebración,
el escritor de Úbeda se dirige a “los que padecemos la dolencia […] de la
imaginación” y nos deja ante los ojos sus experiencias con los libros y con la
realidad que nos rodea: personas que terminan convirtiéndose en personajes,
miradas que aprenden a roturar el alma de las cosas, volúmenes que lo marcaron,
autores que se alzan hasta la categoría de imprescindibles... Todo aquí
burbujea de amor a la literatura, de sacerdocio lector consagrado a autores
predilectos (como Nabokov u Onetti, pero sobre todo a Max Aub, a quien
homenajeó en su discurso de ingreso en la Real Academia) y a autores no tan
amados (define a Milan Kundera como “un escritor que no me resulta
particularmente simpático”), de éxtasis frente a la letra impresa. Cada página
está empapada de nombres y de títulos, pero en ningún momento sentimos que se
trate de una obra erudita, porque lo que en ella late de extremo a extremo es
el fervor, la dicha de haber encontrado durante el camino tantas novelas
conmovedoras, tantos relatos emocionantes, tantos versos inolvidables.
Este
volumen respira gratitud; y los lectores nos sentimos desde la primera página
identificados con el modo en que Antonio Muñoz Molina se prosterna respetuoso
ante quienes han llenado su vida de felicidad de tinta. Un libro para celebrar
los libros.
1 comentario:
HOla Rubén!!
Me alegra volver a leerte, que más que de vacaciones parecía que se me había tragado la tierra o había caído en un agujero negro...y me gusta volver a las buenas costumbres con un libro como este, y un autor, que paqué las prisas.
Besitos cielo.
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