Desde que
leí Mortal y rosa, de Francisco
Umbral, no me había encontrado con una elegía tan bella, tan triste y tan
conmovedora como la que me ofrece el poeta Joan Margarit en las páginas de su
libro Joana, dedicado a su hija.
Aquella chica sonriente y dulce, fue siempre la gran luz de la casa, a pesar de
sus limitaciones motoras (“Deficiente, andabas con muletas: / nunca hubo para
mí muchacha más hermosa”); y su muerte provocó un dolor hondísimo en el
escritor catalán, que queda aquí reflejado en textos de tan hermosura como
desgarro. “No habrá más desamparo ya que el mío”, nos dice.
Joana,
“el cuerpo contrahecho / donde aprendí qué era la belleza”, se convierte así en
la protagonista lánguida y absoluta de unos versos que intentan coagular el
sentimiento de pérdida, la rotura de las brújulas, el vacío existencial que
dejó a sus espaldas aquella chica de la que “cuentan que en un intento / de
salvarse le dijo te quiero al
cirujano”.
Joan
Margarit se enfrenta en las postrimerías del libro a la consunción de su hija
(“Nunca sabré qué sabes tú de mí, / ni en qué verdad hemos estado juntos, / ni
si en ella estaremos para siempre. / No puede ser un mal dolor / si es un dolor
que viene desde ti / por este turbio mar. Diciembre: / el último diciembre
juntos. / Después, buscar en mí tu voz perdida”), hasta llegar a la súplica
(“Y me repito: / morirse todavía es vivir. / De esta invernal mañana, amable y
tibia, / por favor, no te vayas, no te vayas”).
Si jamás
has perdido a un hijo, la lectura de este libro te inundará los ojos de
lágrimas. Y si ese dolor sí que ha lacerado tu existencia, también.
2 comentarios:
Ayyyy, ya me has picado, ahora voy a tener que leerlo...otro más 🤗
Besos 💋💋💋
Una maravilla. Gracias
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