viernes, 28 de septiembre de 2018

Me casé por alegría




Pietro y Giuliana, tras coincidir más bien borrachos en una fiesta, se han casado de una forma absurda y precipitada. Ni se conocían antes, ni se conocen tampoco ahora. Simplemente, charlaron unas horas y, por sorpresa, tomaron la decisión de contraer matrimonio. Ahora, la convivencia entre ellos es más bien singular, con un elemento que los une como bisagra (la sirvienta Vittoria) y con otro elemento que actúa como crítica negativa de la relación (la madre de Pietro). Poco se puede advertir que los cónyuges tengan en común: él trabaja como abogado y pertenece a una buena familia; ella, tras sobrevivir como buenamente ha podido a la pobreza, ha trabajado en un comercio, del que fue despedida. ¿Qué les ha impulsado, entonces, a vincularse mediante matrimonio? Pietro sostiene que lo ha hecho por lástima; Giuliana no tiene problemas en reconocer que el dinero ha sido una de las razones fundamentales. En esta situación, ¿cuál es el futuro que les espera?
Con ese nudo argumental, Natalia Ginzburg (traducida por Andrés Barba para el sello Acantilado) desarrolla ante nuestros ojos una historia con puntos de humor, de crítica social y familiar y, sobre todo, con numerosas secuencias en las que los diálogos se vuelven zigzagueantes y casi “codorniceros” (por la revista que fundó y dirigió Miguel Mihura).
¿Puede ser considerada una pieza clave dentro de la producción de la escritora italiana o de la historia del teatro? De ninguna forma. Mentiríamos si tratáramos de sostener tal afirmación. Me casé por alegría es un simple divertimento. Pero dentro de su condición discreta, es una obra que se lee con algunas sonrisas, lo que no resulta desdeñable.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

A veces un simple divertimento es lo único que buscamos y necesitamos, no lo veo mal.

Besitos 💋💋💋