Me detengo hoy en la obra Una
pena en observación, de C.S. Lewis, traducida por Carmen Martín Gaite
(Anagrama, Barcelona, 1997). Son las anotaciones que este escritor realizó tras
la muerte de su esposa, víctima de un cáncer. Son meditaciones donde se nos
obliga a pensar sobre el sentido de la vida, la fuerza o las resquebrajaduras
de la fe, el poder del recuerdo y el vacío que nos queda cuando perdemos a una
persona fundamental en nuestra existencia. Un libro bello y terrible, en el que
he encontrado una consideración interesante: Dios no nos envía pruebas para
medir las dimensiones de nuestra fe (que él conoce de antemano), sino para que nosotros seamos conscientes de ellas.
“Hay una especie de manta invisible entre el mundo y yo”
(p.9). “Me pregunto si los afligidos no tendrían que ser confinados, como los
leprosos, a reductos especiales” (p.19). “Es muy fácil decir que confías en la
solidez y fuerza de una cuerda cuando la estás usando simplemente para atar una
caja. Pero imagínate que te ves obligado a agarrarte a esa cuerda suspendido
sobre un precipicio” (p.36). “Si los muertos no están en el tiempo, o por lo
menos en nuestra clase de tiempo, ¿hay alguna diferencia notoria, cuando
hablamos de ellos, entre era, es y será?” (p.37). “El tiempo en sí mismo no
es ya más que otro nombre de la muerte” (p.39). “Creía que podría describir una
comarca, elaborar un mapa de la tristeza” (p.83). “Los muertos puede que sean
eso: puro intelecto” (pp.100-101).
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