Me voy cinco siglos
para atrás y me leo los Diálogos y otros
escritos de Juan Luis Vives, en la traducción de Juan Francisco Alcina
(Planeta, Barcelona, 1988), que me han resultado interesantes y amenos, aunque
lastrados de coyunturalismos gastronómicos, indumentarios e ideológicos. Siguen
brillando en el estilo del humanista algunas perlas; pero pocas. He sonreído
con la maldición de las 50 hijas de Danao, condenadas a rellenar de líquido
unos vasos agujereados (una buena metáfora de la enseñanza). Me ha sorprendido
que Vives ya se refiera al “Vuelva usted mañana”, normalmente atribuido a
Larra. He cabeceado conforme cuando define la escuela como “taller de
fabricación de hombres”. Y he esbozado una sonrisa cuando Grajo, después de
escuchar que Nugo solamente bebe agua, le espeta: “Nunca harás un buen poema”.
En suma, diríamos que he aprendido más que disfrutado. Para eso se acude a este
tipo de obras.
“Saludable y
gustoso todo es uno, como el dormir la siesta”. “(Sócrates, en un mercado) ¡Oh,
dioses inmortales, cuántas cosas hay que yo no necesito!”. “Los tontos, al
evitar unos vicios, corren hacia los vicios contrarios”. “Resulta inaguantable
el adolescente inclinado a hacer pronunciamientos y afirmaciones”. “Los
hombres, al no hacer nada, aprenden a hacer el mal”.
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