Decido pasearme por
un antiguo libro de Andrés Trapiello, al que hace bastantes meses que no
visito. Se trata de Los nietos del Cid
(Planeta, Barcelona, 1997), un fértil recorrido personal por la literatura
escrita en España entre 1898 y 1914. Se abordan, claro está, las figuras más
egregias y consagradas (Unamuno, Azorín, Baroja), pero también las desasistidas
y tragadas por la incuria del olvido (Zamacois, Noel, Fortún). Es un libro
documentado, sólido y febril, en el que descubro datos sorprendentes (por
ejemplo, que todas las obras de Gregorio Martínez Sierra las escribió su mujer,
María de la O Lejárraga), curiosos (que Eugenio Noel murió un 23 de abril) o
inaprehensibles (centenares de opiniones sobre obras que no he leído, y de las
que no puedo opinar). Hay en el volumen, también, sanas dosis de humor,
análisis desprejuiciados y, sobre todo, la confianza que produce en el lector saber
que las obras de las que está hablando se las ha leído (aserto que no puede
propalarse de todos aquellos que se titulan como “historiadores de la
literatura”).
Trapiello podrá
resultar más o menos simpático, más o menos seductor, pero es innegable que
buceando en sus páginas siempre se encuentran informaciones enriquecedoras,
escritas con elegancia y magnetismo. A mí, desde que me aficionó a su lectura
mi amigo Pepe Colomer, me gusta revisitarlo de vez en cuando. Es una costumbre
que no pienso perder.
“Todos los
salvapatrias tienen algo de curas”. “Contarle al mundo las caridades de uno no
deja de ser una pequeña canallada”. “Lo cuenta todo con una gran seriedad
precisamente porque está completamente loco”. “La verdadera progresión se lleva
a cabo efectuando sumas, no restas”.
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