Quizá la
sentencia más famosa que recordamos de Plinio el Viejo sea la que éste le
dedicó al pintor griego Apeles: “Nulla dies sine linea”. Lo que equivale a
decir que en arte interesa el esfuerzo continuo, la aplicación meticulosa, la
perenne voluntad de mejorar el trazo del día anterior. O, si se adapta la frase
al mundo literario, que no dejemos pasar ni una sola jornada sin escribir.
Esta
última posibilidad es la que decidió convertir en bandera un empleado de banca
llamado José Cubero Luna que, hacia los cuarenta años, emprendió por las tardes
una liturgia liberadora, que lo hiciera olvidar la grisura matinal de su
trabajo y lo reconciliara con su vocación: escribir(se) durante trescientos
sesenta y cinco días. Aquellas “prosas profanas biseladas por la luz macilenta
de la ventana trasera, luz de patio con olores domésticos y gritos de
matronas”, que adquirieron forma en la Barcelona de los 80, aparecen ahora,
llenas de todo tipo de tesoros: citas y referencias literarias explícitas o
encubiertas (el lector sagaz descubrirá un centenar de las mismas), reflexiones
sobre la vida que languidece y la que alborea (los padres del narrador y su
hijo), alusiones autobiográficas (la tartamudez de José Cubero, que no lo abandonó
hasta la mayoría de edad) o hermosas descripciones paisajísticas y
costumbristas.
2 comentarios:
Lo transmites de una manera que la curiosidad se dispara. Venga, a por él. 💋💋💋
Muchas gracias del autor Pepe Cubero a la Pelipequirroja del Gato Trotero,por leer mis "engendros literarios"
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