Cuando se
produce la colisión entre dos formas radicalmente distintas de entender algún
tema (deporte, política, religión) es frecuente que germinen los brotes de
algunas plantas peligrosas: la intransigencia, el desdén, la suspicacia, la
agresividad. Mientras una de las partes sujete con firmeza los caballos de su
ira, la situación se puede mantener dentro de los cauces de la moderación; pero
si esos caballos se desbocan no es extraño que se generen de inmediato
situaciones violentas o, cuando menos, incómodas…
Ésta es la atmósfera en la
que deberá respirar el joven ingeniero Pepe Rey desde el momento en que llega a
Orbajosa, donde la presencia de su tía doña Perfecta gravita sobre todos y cada
uno de sus habitantes. El muchacho, guiado por una tibia curiosidad, acude a
ese pueblo para conocer a su prima Rosario, a la que no conoce en persona pero
con la cual debe en teoría casarse, en virtud de un oficioso acuerdo entre los
progenitores de ambos. En la casa de su tía conocerá a don Inocencio,
eclesiástico de la catedral y profundo energúmeno chapado a la antigua, que
aborrece las ideas renovadoras que vienen de la capital y que a él parecen
olerle a chamusquina (“¡Váyanse con mil diablos, que aquí estamos muy bien sin
que los señores de la Corte nos visiten, y mucho mejor sin oír ese continuo
clamoreo de nuestra pobreza y de las grandes maravillas de otras partes”,
p.187). Y no menos peculiares le resultarán el típico erudito del pueblo, don
Cayetano, que descifra y anota miles de documentos para componer un libro sobre
los habitantes ilustres que Orbajosa ha entregado al mundo; el sobrino de don
Inocencio, Jacintito, tan pedante como reptiliano; el brutal Caballuco, cuyo
nombre lo delata; y otras figuras no menos peculiares de la cosmogonía local… Desde el principio, todos ellos se muestran obsequiosos con el recién llegado,
pero el lector no tarda en advertir que se trata de una actitud hipócrita,
porque en el fondo odian lo que el ingeniero representa y se muestran
dispuestos, ladinos, a hacerle la vida imposible.
Aprovechando los caracteres
tan profundamente distintos de los protagonistas, Galdós nos ofrece una pintura
de gran plasticidad sobre el mundo rural de su tiempo, impermeable contra todo
lo que respirase a modernidad y beligerante contra sus influjos, que entendían
como una agresión a sus ideas religiosas, sociales, políticas, económicas y
morales. El mejor novelista español del siglo XIX nos ofrece un texto tan
riguroso como enervador, que deja un sabor a tierra en la garganta.
Insuperable.
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