Continúo con Buero Vallejo, que ahora me regala su Jueces en la noche, que leo en la edición crítica de los doctores
Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco (Espasa-Calpe, Madrid, 1994). La
fabulación no puede ser más sobrecogedora, y me hace ver que todos, de un modo
u otro, vivimos traicionando. A veces, traicionamos a los demás (como en el
caso patético y cruel de Juan Luis); a veces, nos traicionamos a nosotros
mismos (como en el caso de Julia, que se abandona muy pronto a la comodidad
muelle de su vida burguesa, y olvida las inquietudes hermosas y solidarias de
su ya lejana juventud); y a veces, son los demás quienes creen que los hemos
traicionado, sin que por nuestra parte haya existido el más leve atisbo de tal
comportamiento (como ocurre en el caso de Fermín, mártir de su conciencia,
muerto silente al que Juan Luis ha envilecido con sus mentiras y Julia con su
desprecio).
En verdad, toda la obra es un delicado equilibrio de traiciones y de medias
verdades hipócritas, que se entrecruzan en un período político bastante
delicado. Fermín, ultimado por unos policías salvajes, que han acallado su
grito de libertad, se erige como alta figura épica de la pieza, redimido de
iniquidades y manchas. Es el único de los personajes de la obra que se ha
mantenido a salvo de las salpicaduras innobles que el mundo prodigó sobre los
demás: la muerte lo sublimó. Ginés Pardo, degenerado y brutal, ha refinado sus
métodos, y ha querido encontrar justificantes “prácticos” para los mismos,
adornándose con un histrionismo horrendo. Si sus semejantes se pudren hasta la
médula, y obtienen de este fango unos beneficios económicos, políticos y
sociales de bastante envergadura, ¿quién puede negarle a él el derecho de
adquirir los mismos hábitos hipócritas y sangrientos (aunque lucrativos)? Julia
ha sido ya deformada por las mentiras exteriores, es verdad, pero también por
su propio conformismo, que la ha convertido en una mujer de moral sedentaria.
Ha vivido ajena a su esposo, queriendo apartar las pupilas de sus fechorías
mercantiles; pero eso no la exime de culpa, y ella lo sabe. Juan Luis, por fin,
es el peor de todos. Mintió hace años a su mujer, destrozando la imagen ideal
que ella tenía de Fermín (nadie puede vivir dichoso sin ideales), y eso la
amargó; utilizó a Ginés Pardo como quien utiliza una herramienta en su taller
de mezquindades; mintió a los electores, que lo consideran ahora un demócrata
convencido, y que lo auparon en su día como hombre fiel al Régimen. Juan Luis
es un trepa sin moralidad, y por eso mismo no resulta extraño que sus sueños
estén habitados de víctimas. “Sé que no tengo futuro porque sólo veo el pasado”.
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