Antonio
J. Ruiz Munuera no obtuvo el XX premio Nostromo (que ahora publica la editorial
Juventud) con una novela temáticamente complaciente. Ni mucho menos. Por el
contrario, eligió la vía de la denuncia, del humor negro, de la crudeza, para
poner ante los ojos de los lectores una situación insostenible que, pese a
todo, muchos se empeñan en maquillar, camuflar o desmentir: la atroz
contaminación que durante décadas ha destrozado las costas de Cartagena por
culpa de unas empresas químicas y mineras que han operado a su antojo, sin que
ninguna haya sido sancionada ejemplarmente por tal motivo.
Tampoco
eligió (bien evidente resulta) unos personajes convencionales, sino que se
decantó por propuestas arriesgadas: un inspector, Lucas Daireh, que posee un
“cuerpo escombro” y cuyo padre es magrebí de Alhucemas; unos mandos de la
Benemérita que producen más asco que respeto; un dueño de la empresa Peñarroja
que vive como el rajá de Kapurtala y actúa con amenazas mafiosas; una forense
con muy mal humor (apellidada Escarbajal) que se empeña en llamar “morito” al
inspector; y unos ecologistas de Greenpeace que son calificados por sus
oponentes como “hippies” y “melenudos”.
Pero el
resultado final es una pieza muy bien equilibrada, redactada con limpieza y que
consigue mantener la atención del lector durante sus dieciocho capítulos, bien
porque nos muestra acciones sobrecogedoras (como la autopsia de una chica que
ha aparecido muerta y violada), bien por su sentido del humor (“El sol, ocupado
en momificar a los turistas centroeuropeos que renegaban de su condición de
sapiens, se regodeaba en la arena con sus cuerpos de mojama. Vistos desde lejos
e impasibles a los elementos, eran parte del decorado veraniego, flemáticos
insectos palo mudando la piel”), bien por sus reflexiones sobre el deplorable
influjo que los seres humanos ejercemos sobre nuestro entorno natural.
Si con su
anterior obra (La luz de Yosemite) el
autor lorquino llegó a ser finalista del premio Desnivel de Literatura (2014) y
del premio Setenil (2015), con ésta ha logrado el máximo galardón del certamen
Nostromo, que convoca anualmente el Museo Marítimo de Barcelona. La solidez de
estos primeros pasos augura un futuro muy prometedor para Antonio J. Ruiz
Munuera.
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