Provocar es
un ejercicio que requiere muchas condiciones. No se trata sólo de ofender con
palabras gruesas o con imágenes empapadas de grosería. Se trata de lanzar las
pullas con puntería, con estilo y hasta con cierta gracia criminal. Cada uno a
su particular manera, lo hicieron escritores como Borges, Umbral, Baroja o
Cela. Y es, desde luego, lo que hace Alfred de Musset en las páginas de esta
obrita que publica el sello Irreverentes y que tiene a tres personajes como
ejes: Alcides (un hombre hambriento de sexo), la condesa Gamiani (experta en
los ardides amorosos, centrados en su última etapa en las fricciones
tribádicas) y la virginal Fanny (que aún no ha accedido al mundo del deleite,
pero que muy pronto será ampliamente instruida por los anteriores).
La auténtica
narración comienza cuando la condesa atrapa a Fanny con sus quelíceros
amorosos, sin que la muchacha sea consciente del territorio al que está siendo
conducida (“Hacían
una pareja deliciosa de voluptuosidad, de gracia, de lúbrico abandono y tímido
pudor. Podría decirse que había caído un ángel en los brazos de una bacante
ebria”). A partir de entonces, y salpicando las abundantes y explícitas escenas
de sexo, los protagonistas de la acción irán contándose cómo fueron sus
primeras experiencias en el mundo del placer: en el caso de Alcides se vio
sometido a una ensoñación sacrílega donde aparecían religiosas, símbolos
sagrados y hasta algunos demonios (“Una monja desnuda, arrodillada, con la
mirada dulcemente perdida como en éxtasis, recibía con mística unción la blanca
hostia que le ofrecía en la punta de su tremendo hisopo un gran diablo con
báculo y con mitra episcopal caída sobre una oreja”); la veterana Gamiani confiesa que
su iniciación lésbica tuvo lugar con la madre superiora de un convento en el
que fue acogida, quien le dijo que su primera experiencia sexual había sido con
un orangután, prisionero en una jaula y que asomaba por entre los barrotes su
miembro enhiesto, de tal suerte que la muchacha fue muy pronto “bestializada, desdoncellada y
orangutanada”. Ella misma, la condesa Gamiani, tras ingresar en un convento y
participar en sus prolijas orgías nocturnas, fue poseída por un asno.
Como se puede observar (ejem,
quiero decir “leer”), el novelista galo no duda a la hora de ponerse estupendo
y de cargar sus cañones literarios con toda la pólvora y metralla que cabe en
su alma (en la suya y en la del cañón), hasta el extremo de que incluso los
lectores menos melindrosos advertirán que muchas de las imágenes han sido
elegidas brutal y ostentosamente con el fin de ofender.
Absténgase, por tanto, las
personas sensibles. Saldrán heridas del combate.
1 comentario:
Te hago caso: me abstengo.
No por melindres, sino porque lo zafio no lo soporto.
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