El sorprendente argumento de Diario de Golondrina, de Amélie Nothomb (que traduce Sergi Pàmies
para Anagrama), es difícil de sintetizar en unas pocas líneas. Digamos que nos
habla de un mensajero motorizado que, tras haber sufrido un desengaño amoroso y
haber tenido un accidente mientras trabajaba, es despedido por la empresa. A
partir de ese instante comienza a escuchar de forma obsesiva los últimos discos
de Radiohead y es captado por un ruso que le ofrece trabajar como asesino a
sueldo. Dueño de una frialdad y de un pulso sin duda excepcionales, comienza a
cumplir sus encargos con tanta pulcritud como eficacia.
Un día le ordenan asesinar a un ministro y hacerse
con su maletín. Ejecuta la acción pero queda fatalmente encandilado con la
joven hija del ministro. La ha matado, como al resto de la familia, pero no ha
podido evitar quedarse con su imagen... y con su diario, que comienza a leer y
que lo trastorna.
¿Problema que me he encontrado con esta novela?
Pues el más importante de todos es que no me creo muchos detalles del
desarrollo de la acción, ni (y he aquí lo peor) al personaje protagonista. No
me resulta creíble que sea enrolado en una organización criminal de un modo tan
sencillo; no me creo su cambio “lírico” después de leer las páginas escritas por
la hija del ministro; no me creo su actitud suicida durante las últimas veinte
hojas de la novela. Con esas fallas, el libro se me viene abajo.
Me gusta
el lenguaje de Nothomb y me gusta su voluntad de construir algo que no sea lo
de siempre, pero no me convence la construcción novelística de esta pieza. Por
ahora tengo frente a esta autora más reticencias que aplausos.
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