miércoles, 6 de abril de 2016

La biblioteca de los libros perdidos



Sabemos que una de las máximas del buen lector, del lector fervoroso, es que ama los libros, y los frecuenta, y necesita tenerlos a escasa distancia de sus ojos y de sus manos; pero el crítico Stuart Kelly ha ido, si cabe, un poco más allá, y ha extendido su devoción y su análisis al conjunto de obras que jamás salieron de la pluma de sus autores, o a aquéllas a las que el azar, la ofuscación o la malicia privó de futuro. O dicho con pocas palabras: ha realizado una aproximación seria y detallada a las obras literarias que no existen, porque fueron quemadas, porque el novelista las perdió o porque el poeta decidió finalmente que no quería plasmarlas en el papel. Stuart Kelly es consciente de que “la historia entera de la literatura era también la historia de la pérdida de la literatura” (p.19), y que su intento de hablarnos de los libros que por ahora no existen (aunque algunos puedan aparecer en el futuro) es “un epitafio y una estela, una biblioteca hipotética y una elegía a lo que podría haber sido” (p.23).
¿Qué escándalos u oscuras revelaciones contenían las Memorias de lord Byron, para que fueran quemadas por su albacea, Thomas Moore? ¿Qué extraño ímpetu religioso motivó que Nikolai Gógol destruyera la 2ª y la 3ª partes de su obra Almas muertas, y que luego se dejara literalmente morir de hambre? ¿Cuál era el argumento de los Trabajos de amor ganados, de William Shakespeare, a los que engulló la sombra? Docenas de ejemplos de ese calibre pueblan las páginas de este volumen interesantísimo, que se lee en algunos tramos como una auténtica novela de misterio, que contiene notables informaciones históricas, biográficas y psicológicas, y que nos habla (sin someterse jamás a los dictámenes de la prosa plúmbea) de las debilidades, flaquezas, manías, traiciones, mezquindades y rarezas de algunos de los escritores más famosos de todos los tiempos.
La única lástima para un lector español es que se adentre tan poco en la historia de nuestros escritores: tan sólo Miguel de Cervantes merece la atención de Kelly, que podría haber extendido la nómina a algunas piezas perdidas de Lope de Vega, al ordenador portátil en el que Juan Manuel de Prada extravió una novela en avanzado estado de gestación y a otras curiosas noticias de nuestras letras.

Pero independientemente de esas observaciones (que ni siquiera llegan a ser quejas, porque la Gran Literatura carece siempre de nacionalidad y hasta de idioma) lo cierto es que La biblioteca de los libros perdidos (publicada por la editorial Paidós gracias a la traducción de Miguel Candel y Marta Pino) se erige como la obra deliciosa y enciclopédica de alguien que refresca nuestro amor por los libros, alma de tinta de la Humanidad.

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