Sabemos que una de las máximas del buen lector, del
lector fervoroso, es que ama los libros, y los frecuenta, y necesita tenerlos a
escasa distancia de sus ojos y de sus manos; pero el crítico Stuart Kelly ha
ido, si cabe, un poco más allá, y ha extendido su devoción y su análisis al
conjunto de obras que jamás salieron de la pluma de sus autores, o a aquéllas a
las que el azar, la ofuscación o la malicia privó de futuro. O dicho con pocas
palabras: ha realizado una aproximación seria y detallada a las obras
literarias que no existen, porque fueron quemadas, porque el novelista las
perdió o porque el poeta decidió finalmente que no quería plasmarlas en el
papel. Stuart Kelly es consciente de que “la historia entera de la literatura
era también la historia de la pérdida de la literatura” (p.19), y que su
intento de hablarnos de los libros que por ahora no existen (aunque algunos
puedan aparecer en el futuro) es “un epitafio y una estela, una biblioteca
hipotética y una elegía a lo que podría haber sido” (p.23).
¿Qué escándalos u oscuras revelaciones contenían
las Memorias de lord Byron, para que
fueran quemadas por su albacea, Thomas Moore? ¿Qué extraño ímpetu religioso
motivó que Nikolai Gógol destruyera la 2ª y la 3ª partes de su obra Almas muertas, y que luego se dejara
literalmente morir de hambre? ¿Cuál era el argumento de los Trabajos de amor ganados, de William
Shakespeare, a los que engulló la sombra? Docenas de ejemplos de ese calibre
pueblan las páginas de este volumen interesantísimo, que se lee en algunos
tramos como una auténtica novela de misterio, que contiene notables
informaciones históricas, biográficas y psicológicas, y que nos habla (sin
someterse jamás a los dictámenes de la prosa plúmbea) de las debilidades,
flaquezas, manías, traiciones, mezquindades y rarezas de algunos de los
escritores más famosos de todos los tiempos.
La única lástima para un lector español es que se
adentre tan poco en la historia de nuestros escritores: tan sólo Miguel de
Cervantes merece la atención de Kelly, que podría haber extendido la nómina a
algunas piezas perdidas de Lope de Vega, al ordenador portátil en el que Juan
Manuel de Prada extravió una novela en avanzado estado de gestación y a otras
curiosas noticias de nuestras letras.
Pero independientemente de esas observaciones (que
ni siquiera llegan a ser quejas, porque la Gran Literatura carece siempre
de nacionalidad y hasta de idioma) lo cierto es que La biblioteca de los libros perdidos (publicada por la editorial
Paidós gracias a la traducción de Miguel Candel y Marta Pino) se erige como la
obra deliciosa y enciclopédica de alguien que refresca nuestro amor por los
libros, alma de tinta de la Humanidad.
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