En los años que llevo leyendo sus libros, que ya
son muchos, no recuerdo jamás haber experimentado la sensación de que Lola
López Mondéjar se dejase llevar por la facilidad o por la complacencia. Al
contrario, se ha exigido subir en cada obra un peldaño más arriba por el camino
de la indagación psicoanalítica, del texto exigente, de la prosa exacta.
Después de Mi amor desgraciado (2010)
y de La primera vez que no te quiero
(2013), que tenían mucha más arquitectura de novelas, publica ahora en el sello
Siruela su texto Cada noche, cada noche,
en el que circula por caminos más difíciles de etiquetar y donde se aproxima al
mito de Lolita en unos términos muy interesantes: Dolores Schiller, la
narradora, es una mujer que afronta a sus 57 años un grave problema de salud
que la lleva a considerar muy seriamente la posibilidad del suicidio asistido,
que desea ultimar en Suiza. Pero antes de abalanzarse por esa tortuosa opción
necesita arrojar luz sobre una duda que la corroe: ¿fue su madre, Dolores Haze,
la niña que sirvió como nínfula para satisfacer los deseos eróticos del
depravado Humbert en la novela Lolita,
de Vladimir Nabokov? ¿Proviene de una mujer que fue usada como objeto sexual
por un pervertido, que la forzó durante dos años y que, además, ha merecido una
extraña indulgencia intelectual después de su infamia? Gracias a las
indicaciones que le desliza la princesa
Zolstowski, Dolores Schiller se entera de que Humbert sigue vivo. Y sin
vacilar se desplaza hasta la localidad de Montreux, con el objeto de mantener
varias entrevistas con el anciano, que le permitan reconstruir todo lo que pasó
hace muchos años entre su madre y él.
Cuanto ocurre desde que comienzan a verse y a
dialogar Dolores Schiller y el anciano pederasta tendrá que descubrirlo cada
lector, pero conviene advertir a quienes decidan sumergirse en las páginas de
este libro que la autora no les ofrecerá un texto de fácil intelección, sino
unos párrafos profundos y exigentes, unos diálogos donde la mente tiene que
esforzarse y donde conocer en profundidad la novela de Nabokov se antoja un
requisito casi imprescindible para entender los matices y meandros
intelectuales que Lola López Mondéjar le lanzará en sus páginas.
Se encontrará allí con historias de mujeres
víctimas de abusos, quebrantadas por la enfermedad, preteridas por los varones
que las rodean, silenciadas bajo la losa de mármol de los clichés. Y se le
pedirá un esfuerzo enorme para rasgar el velo de los prejuicios y adentrarse en
una zona anímica y social pantanosa por la que no resulta agradable deslizar
los ojos y la mente.
Absténgase, pues, los lectores cómodos y quienes
buscan en los libros jardines de Versalles. Lo que Lola López Mondéjar les pone
delante es, como se lee en el inicio de La
divina comedia, una selva oscura, en la que hay que penetrar con machete,
tragando saliva y dispuestos a enfrentarse a las peores alimañas: las que los
seres humanos llevamos dentro.
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