miércoles, 20 de abril de 2016

El padre de Blancanieves



Si un grano de arena se introduce en una ostra, puede que se termine convirtiendo en una hermosa perla; si el mismo grano penetra en un ojo, lo más probable es que cause una irritación o una herida. El grano de arena de esta espléndida historia que nos propone Belén Gopegui se llama Carlos Javier, es ecuatoriano y ha perdido su empleo como repartidor porque una clienta insatisfecha ha telefoneado al supermercado quejándose de su evidente falta de profesionalidad. A partir de ese momento, el inmigrante se presenta en la casa de Manuela y le hace ver que está en deuda con él, y que no la dejará en paz hasta que le consiga un nuevo trabajo.
Este escenario de pesadilla (que se detalla en la contraportada del tomo) no es, pese a las apariencias, la médula espinal de la obra. Que nadie aborde la lectura de esta novela pensando en un argumento kafkiano o psicótico. El hecho de que Carlos Javier se introduzca en el confortable universo de Manuela, Enrique y sus hijos, y lo perturbe, no es más que el inicio del auténtico nudo psicológico del volumen: la constatación de que estamos sumergidos en unos modos de vida (no sólo burgueses, no reduzcamos la lectura) que pueden quedar vulnerados con asombrosa facilidad. Julio Cortázar, en su relato “El perseguidor”, explicaba por la boca de su protagonista lo fácil que resulta hundir un dedo en la normalidad y comprobar que tiene textura de gelatina. Manuela, profesora de instituto, tras vislumbrar los mundos alternativos que se encuentran refugiados en los pliegues del mundo aparente, revisará su vida y su sistema de pensamiento.
En este orden de cosas, Carlos Javier es simplemente un ruido y una excusa. Un ruido, porque él no es el auténtico problema, sino sólo su manifestación exterior; y una excusa porque, en el fondo, no hablamos de un hecho puntual, aislado y aislable, sino de una dirección errónea, que salpica de falsedades nuestro entorno y nos etiqueta como culpables (o al menos como inconscientes).

“Esta historia no trata tanto de lo que no se ve como de lo que, viéndose, no se mira”. Son palabras que leemos en la página55 de esta novela, donde se nos trasladan algunos de los más hondos, lúcidos, reflexivos y espeluznantes análisis que se hayan hecho jamás de la burguesía (el caravaqueño Miguel Espinosa habría disfrutado mucho con la lectura de esta propuesta de Belén Gopegui). Y de eso, en fin, se trata: de darnos cuenta de que una simple piedra nos puede romper el cristal tras el que tan confortablemente estamos instalados, y por el que nos sentimos protegidos. Cuando la primera grieta aparece en él, un escalofrío nos recorre la espalda y comprendemos con desolación y horror que ha comenzado el fin del mundo.

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