En estos
tiempos aciagos en los que nos encontramos en las pantallas de TV con oleadas
de personas que huyen de la guerra y que se ven asaltadas por el dolor, la
miseria, el hambre y el rechazo, cobra más sentido que nunca esta novela breve
de Goethe, titulada Hermann y Dorotea,
en la que conocemos la historia de un muchacho de buena familia que, de forma
accidental, conoce a una chica bella, humilde y dulce, que lo seduce con la
sola manifestación de sus naturales bondades. Deseoso de contraer matrimonio con
ella, para ser feliz a su lado y para liberarla de la tristeza de su situación,
Hermann envía a dos personas de su confianza para que sondeen la moralidad de
la muchacha entre sus compañeros de huida. Por fin, los informes favorables lo
llevarán a acercarse hasta ella y pedirle que la acompañe hasta su casa, para
iniciar una vida juntos.
El estilo de
esta obra es, aunque agradable de leer, notoriamente ampuloso en algunas de sus
secuencias, sobre todo cuando los protagonistas se expresan con unas florituras
y melindres que ya quisieran para sí catedráticos de renombre y poetas
laureados. Cuando abren la boca, todos parecen subidos a una tarima. Y esa
circunstancia verbal, que alegra al lector “literario” con la brillantez de sus
páginas, perjudica la credibilidad psicológica de los personajes.
Por otro
lado, Goethe sí que consigue momentos de gran realismo en su novela, en los que
sentimos que estamos ante seres auténticos, y no ante monigotes declamatorios.
Aportaré un ejemplo: cuando la madre de Hermann se encamina a consolar a su
hijo, el autor alemán describe su paseo con estas palabras: “De paso, arregló algunos rodrigones que se
inclinaban bajo el peso de las ramas de los manzanos y perales cargados de
fruta. Después hizo caer unas orugas de entre las hojas de unas coles apiñadas”.
Esta secuencia de aspecto insignificante revela que Goethe huye del bucolismo y
que de verdad se mete en la piel de
una mujer de pueblo, enraizada con el trabajo y lo campesino. Todo un acierto.
Muy agradable de leer.
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