En algunas
ocasiones (muy pocas) sabes que te enfrentas a un libro que te va a destrozar,
que va a conmoverte hasta las lágrimas, que te va a saturar de dolor y de
amargura. Pero sabes que tienes que leerlo. Nadie te obliga, pero tú mismo te
impones esa zozobra: es una decisión moral.
Primo Levi
fue un judío italiano que estuvo prisionero en un campo de exterminio nazi y
que murió muchos años después, un 11 de abril, nadie sabe si como consecuencia
de un accidente o de un suicidio. Nos dejó testimonios escritos de su paso por
el horror y, como recuerdo y como homenaje, hoy quería recordar uno de ellos: Si esto es un hombre.
Nos explica
en esta obra cómo fue capturado por las milicias fascistas italianas y, tras
ser internado en un campo de su país, se dispuso que todos los judíos fueran
trasladados a Alemania en un tren infame de los que conocemos por las
películas, con seres humanos hacinados como bestias, sin comida, sin agua, sin
protecciones contra la nieve, sin luz. La imagen más conmovedora de estos preparativos
la consigna en un párrafo tristísimo: “Las
madres velaron para preparar con amoroso cuidado la comida para el viaje, y
lavaron a los niños, e hicieron el equipaje, y al amanecer las alambradas
espinosas estaban llenas de ropa interior infantil puesta a secar; y no se
olvidaron de los pañales, los juguetes, las almohadas, ni de ninguna de las
cien pequeñas cosas que conocen tan bien y de las que los niños tienen siempre
necesidad. ¿No haríais igual vosotras? Si fuesen a mataros mañana con vuestro hijo,
¿no le daríais de comer hoy?”. En cuanto a los demás, a los varones, Primo Levi
nos resume su despedida con una frase enigmática: “Muchas cosas dijimos e
hicimos entonces de las cuales es mejor que no quede el recuerdo”. Se los
llevan a Auschwitz.
Los hacen desnudarse y entregan sus pertenencias.
No les dejan beber. No les dejan ni siquiera hablar o sentarse en el suelo. Los
separan de sus hijos y de sus mujeres, que no saben si viven o han sido
asesinadas ya. Les tatúan un número en su brazo, para ser identificados con él.
Los rapan al cero. Anulan sus voluntades a fuerza de crueldad, arbitrariedad,
hambre y frío. Nadie piensa y nadie se plantea el futuro. Se trata solamente de
sobrevivir, como sea: robando, mintiendo, fingiendo… Es la vida lo que está en
juego. Un botón o un simple papel pueden servir para no congelarse y para sumar
un día más al calendario.
No
intentaré elaborar una reseña sobre esta obra porque me resultaría imposible: es
tan desgarradamente dura que sólo puede ser leída en silencio, de noche, con la
piel estremecida. No es una novela. No es ficción. Es dolor en estado puro. Es
uno de los libros más impresionantes (en sentido estricto) que se pueden tener
entre las manos. Imprescindible.
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