El problema de los buenos libros de poesía es que,
una vez leídos, no sabes qué escribir sobre ellos, porque el autor o autora,
con la genialidad de su voz, ya ha superado estilística y emocionalmente
cualquier comentario que tú, con la mejor de las intenciones, pudieras añadir a
sus palabras. Los buenos poetas (ignoro si se ha dicho, pero es verdad) invalidan
o calcinan a sus escoliastas. Ocurre con Vicente Aleixandre, ocurre con Luis
Cernuda, ocurre con Quevedo: devoras sus obras y, cuando te planteas qué vas a
poner en la reseña, te anonada la vaciedad (y la vacuidad) de tus frases, la
torpeza de tus juicios, la más que posible miopía de sus apreciaciones.
José Óscar López (Murcia, 1973) ha publicado en el
sello Celesta un magnífico libro de versos que lleva por título Vigilia del asesino, y mi cuaderno de
lectura se encuentra apelotonado de filamentos con los que, teóricamente,
debería tejer esta reseña, pero me da la impresión de que no voy a hacerlo. Lo
que sí sé seguro es que he subrayado en rojo bastantes líneas, donde el poeta
nos habla de lucidez y de zozobra (“Mis ojos arden de todo aquello que he
visto. / ¿Sabes qué he visto? He visto el mundo. / He visto el mundo y tengo
miedo”); nos explica que toda tentación fugitiva está condenada al fracaso (“Cuanto
más huyo, más / me hundo en mi propio lodazal”), porque supone una escisión tan
dolorosa como imposible del yo (“Mientras me voy dejando atrás a mí / mismo, mi
verdadera huida”); se permite sarcasmos que incorporan una brizna de humor (“Si
hoy viviera Dante, / no dividiría el infierno en círculos sino en rotondas”);
nos plantea ocultaciones que son en el fondo pudorosas revelaciones (“Tapo mi
rostro para hacerme un nuevo rostro”); nos informa acerca de sus pensamientos
vacilantes, que le impiden el sosiego (“Estoy confuso y sé que otro paseo / no
va a solucionarlo. / Quedarme aquí, en mi habitación, / tampoco arrojaría
resultados”); susurra ciertas oraciones de temblorosa inquietud (“Repito como
un mantra: tengo miedo, / señor, de los creyentes, / porque poseen tu verdad /
de forma más fehaciente / que tú mismo”); nos declara su verdad esencial (“Sigo
soñando todavía, / no supe hacer nunca otra cosa”)... Y, sobre todo, nos pide
que nos sumerjamos en sus versos, en sus adjetivos, en sus imágenes y en sus
metáforas con ansia y con voluntad de entender, porque de lo contrario nos
estaríamos perdiendo lo más importante del volumen (“Todo lo que se ve / y
puede oírse, aquí, es desperdiciado / si no vas a apurarlo con codicia”).
Vigilia
del asesino es un excelente libro
de poemas. Decirlo como crítico me parece pobre. Ponerle quinientas palabras
técnicas para epatar a los lectores, también. Buscarle fuentes literarias en
las que anclar sus vectores líricos, igual. Lo diré entonces solamente como
lector: alegría de que existan libros así.
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