martes, 27 de enero de 2015

No puede venir más a cuento



Uno de los elogios más nobles que se pueden formular sobre una antología de relatos es asegurar que, en ella, no hay un solo texto indigno de su inclusión. Del volumen No puede venir más a cuento, editado recientemente por La Molineta Literaria, se puede sin duda decir sin mentira tal cosa. Los habrá (siempre los hay) mejores y peores, más líricos y más prosaicos, más barrocos y más llanos; pero ninguno suspendería un hipotético examen de calidad. Veintiún autores y veintiún textos que nos lanzan, desde sus 113 páginas, propuestas tan variadas como interesantes.
Pablo de Aguilar (“Un lugar en el aire”) nos demuestra que un corazón puede estar dividido en dos partes: una en Madrid y otra en Manhattan; Berta Höpfner (“Con polvo en los zapatos”) nos susurra la historia de un dolor encriptado (e incrustado) en el alma, que sólo una hermana puede entender y compartir; Blanca Pérez de Tudela (“La vida es larga. O no”) trae a sus líneas una desgracia ferroviaria que inocula la tristeza y la lucidez en el alma de un periodista infeliz; Carmina Martínez Maricó (“Buscando la forma de decirte adiós”) escribe sobre el desgarro que supone cancelar una vida enamorada, después de la aparición de una Intrusa; Elena Robles (“El ángel exterminador”) elige un título bíblico o buñuelesco para resumirnos una historia inquietante, con fotogramas sinópticos y encadenados; Elías Meana Díaz (“Filipinas, 1898”) nos relata el sofoco de una rebelión a bordo del vapor Sámar; Ewal Carrión (“Golpes”) condensa con gran eficacia lírica una historia de amor, violencia y hospitales; Felipe Julián Hernández Lorca (“Las higueras del Batán”) agavilla un manojo de edenismos recuperados por el narrador desde su otoño vital; FSusano García (“Curiosity”) rinde un eficaz tributo, de corte futurista, a Ray Bradbury; Joaquín García Box (“El guardián del oxígeno”) pone ante nuestros ojos un relato que parece el preámbulo de una narración más extensa, de ambiente apocalíptico y futurista; María José Sánchez Vázquez (“La carta”) se decide por la languidez en unas líneas     que nos reservan para el final su luz más triste; Manuel Moyano (“Hogar”) nos deja una muestra de sus habilidades como microrrelatista; Manuela Sánchez Ibáñez (“Insomnio”) nos habla de amistades, pasado y presente dándose la mano en una historia múltiple; María Jesús Muñoz Bó (“Un montañero tenaz”) eriza nuestra piel con la historia de un personaje inquietante, cuya anomalía se irá revelando paso a paso; María Valgo (“Último día de Sarita”) construye un enigmático relato de iniciación o clausura; Paco López Mengual (“Zapatos”) nos propone una historia de soledades y amarguras, donde brilla su prosa excelente; Pedro Brotini consigue en “Cinco palabras” uno de los textos más memorables del tomo: la crónica de una felicidad efímera al borde de una trinchera; Rafael Rabadán (“Contador”) nos habla de un huracán de tiempo y sensaciones, concentrándose en una mirada ansiada y eludida; Santa Cruz García Piqueras ofrece en “Una mujer llama” un alegato contra la llamada violencia de género; Teresa Soriano Oms (“Un día triste”) juega con el candor de una niña, que la protege de una verdad cruel y terrible; y Yolanda Noguera, en el texto que cierra el volumen (“Cantos de sirena”) dibuja una dulce historia de amor y adolescencia, juguetona o malévolamente inconclusa.

Veintiún ocasiones para disfrutar de buenos relatos, que no sería mala idea que usted tuviese en la mesilla de noche.

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