Las antologías son como los jardines. Si paseamos
por su interior nos podemos encontrar flores de agradable perfume, parterres
cuidadísimos, árboles de recortada estatura e incluso lagos de aguas limpias
donde se solazan unos patos o unos peces de colores; pero también podemos
encontrarnos bolsas tiradas por el suelo, mendigos malolientes tumbados en los
bancos y excrementos de perros, a los que sus amos pasean con incivilizada
despreocupación. La editorial Traspiés sacó en 2008 un volumen que se acercaba
más, mucho más, a la visión idílica que ofrecí en la primera descripción que al
estropicio de la segunda. Lo coordinaba el narrador Juan Jacinto Muñoz Rengel,
llevaba por título Ficción Sur y era
un trabajo (lo sigue siendo) delicioso y recomendable, donde se nos ofrecía un
panorama de la mejor narrativa breve andaluza de los últimos años, en un
desfile cronológico que se iniciaba con Pilar Mañas (1952) y concluía con
Cristina García Morales (1985).
Dice Muñoz Rengel en el prólogo que el único nexo
entre los autores de estas historias es que todos ellos quieren “recrear y
deleitar a aquel que se aventure a leerlas”. Y a fe que lo consiguen... Felipe
Benítez Reyes dibuja en el aire las volutas de una viñeta lírica llena de
estimulaciones sensoriales (“El vendedor de zumo de naranja”); Hipólito G.
Navarro, con “Inconvenientes de la talla L”, nos traslada la ensoñación
romántica de un currante, tan espléndida como en él es costumbre; Ángel Olgoso
aporta ocho minitextos de excepcional factura, que nos revelan la enorme
eficacia de su prosa; Fernando Iwasaki (“La española cuando besa”) nos da un
relato lleno de sexualidad y buen humor, narrado desde múltiples perspectivas;
Guillermo Busutil roza los límites de la perfección en su cuento “El salto del
Ángel”, tan emocionante como bien escrito; Manuel Moyano nos regala en “El
extraño caso del señor Valbuena” la historia de un amnésico fingido, que
reniega de la grisura de su cotidianeidad merced a un subterfugio fantasioso;
Félix J. Palma esculpe en “Margabarismos” unas páginas soberbias, ingeniosas,
llenas de aciertos literarios y casi con vuelo de novela corta; Andrés Pérez
Domínguez consigue conmovernos en “El cumpleaños” con el triste patetismo de su
protagonista, que se desliza finalmente hacia la ternura anónima...
Todos los relatos, de una u otra manera, aportan al
lector buenos motivos para sentirse satisfecho al concluir el volumen, y es una
tributo gozoso que, como al principio comentaba, adorna a muy pocas antologías.
La editorial Traspiés y Juan Jacinto Muñoz Rengel hicieron, sin duda, un
trabajo excepcional, que merece un aplauso.
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