En este segundo volumen de la abundante
correspondencia del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, publicada por el sello
Trotta, encontramos 411 cartas que traducen José Manuel Romero Cuevas y Marco
Parmeggiani. Un rico aparato de 1260 notas, humanas y eruditas, completa el
volumen.
El joven profesor (aún no ha cumplido los treinta
años), que está compaginando el trabajo en la universidad de Basilea y en un
instituto por un sueldo más bien reducido, nos va explicando en estas páginas
sus trabajos sobre las Coéforas,
Homero, Esquilo o la gramática latina (disciplinas que debe impartir). Y leemos
que, en vista de sus nuevas inquietudes intelectuales, llega a postularse como
profesor de Filosofía para la citada universidad, intentando que uno de sus
amigos cubra su vacante de Filología. Al no lograrlo, queda francamente abatido.
Poco a poco, se nota en sus misivas que va distanciándose de Basilea, y que
acaricia la posibilidad de dejar la enseñanza para dedicarse al pensamiento filosófico
fuera de las aulas, con el dinero ahorrado (tálero a tálero) durante sus años
como docente.
Entre las peticiones curiosas que Nietzsche realiza
en sus cartas están las de solicitar a su madre y su hermana que le hagan
llegar unos calzoncillos de piel de ciervo (carta 29) o que le encarguen trajes
nuevos en su sastre de costumbre. También les da las gracias por el envío de algunos
presentes tan poco esperables y tan poco intelectuales como un salchichón
(carta 397).
El tema de la salud aparece también con cierta
periodicidad. Tras redactar una curiosa anotación médica (“Hay aquí mucho
viento y produce mucho dolor de muelas”, carta 2), se quejará de “dolores
hemorroidales” (carta 122), un herpes en la nuca (carta 220), molestias
estomacales (carta 230) y, sobre todo, de un persistente problema con los ojos,
que le obligará a utilizar a algunos amigos a la hora de componer cartas o
redactar trabajos.
Pero sin duda los dos grandes temas estelares de
este volumen son Richard Wagner y la aparición del libro El nacimiento de la tragedia. Sobre el músico se manifiesta
Nietzsche con exagerada vehemencia, aclarando que “en su cercanía me siento
como en la proximidad de lo divino” (carta 19) y llegando a escribir líneas
como éstas: “Me estremezco siempre con la idea de que podría haber quedado excluido
de su camino; y entonces de verdad no habría merecido la pena vivir” (carta
309)... En cuanto a la publicación de su primer volumen de importancia (El nacimiento de la tragedia), nos dirá
que se siente ilusionado a la hora de su aparición (“Tengo la mayor confianza
en el escrito: se venderá mucho”, carta 168), se preocupará minuciosamente de
que lleguen ejemplares a los críticos y profesores más adecuados a la hora de
promocionarlo... y se sentirá molesto cuando no reciba los elogios que él entiende
justos. Así, le escribe a su amigo Friedrich Ritschl, asombrado de que no le
haya dado sus opiniones sobre la obra (carta 194). Lo que no sabía es que
Ritschl había escrito en su diario que le parecía una “ingeniosa borrachera”. Y
tras esta carta de Nietzsche, en la cual el filósofo se mostraba convencido de
la importancia suma de su libro, escribió: “Megalomanía” (nota 538). También es
interesante observar cómo Nietzsche no encajaba demasiado bien las críticas
negativas. Después de recibir un varapalo muy duro por parte de Wilamowitz,
Nietzsche lo insulta en sus cartas, incita a su amigo Rohde para que escrita
contra él refutándolo (incluso se permite indicaciones muy precisas sobre qué
cosas debe decirle e incluso con qué intensidad y en qué orden) y, tras todo
eso, asombrosamente hipócrita, escribe a Gustav Krug (carta 242) diciéndole que
él no tiene “nada que ver con este castigo” y a su madre (carta 262)
explicándole que esa polémica le “interesa poco”. Debilidades humanas,
demasiado humanas, sin duda. En todo caso, era consciente de la importancia de
su obra, porque le escribe a su amigo Carl von Gersdorff estas nítidas
palabras, en relación con El nacimiento
de la tragedia: “Cuento con una andadura lenta y silenciosa a través de los
siglos, te lo digo con la máxima convicción. Pues aquí han sido dichas por
primera vez algunas cosas eternas: eso debe tener resonancia” (carta 197).
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