Una doble suerte tenemos los lectores de Antonio
Gómez Rufo: de un lado, la excelencia incuestionable de su prosa (es, no me
cansaré de repetirlo, uno de los mejores escritores de España); y de otro la
fecundidad versátil de su pluma, que nos permite encontrar un nuevo libro suyo
en las mesas de novedades de las librerías o en las bibliotecas cuando aún no
se ha extinguido el placer que nos provocó el anterior.
Un ejemplo de novela excepcional (uno entre varios)
es Los mares del miedo, que está
ambientada entre los siglos XVI y XVII y que pone en relación a tres personajes
subyugadores: don Fernando Ruiz de Alcalá (médico obsesionado por la cura de
almas, la eliminación de los miedos humanos y la reflexión sobre la
circularidad del tiempo), doña Clara (su intenso amor imposible, que ni la
muerte atina a desbaratar) y Ben Al-Razí (sabio morisco que acompaña y nutre la
vida y la inteligencia de don Fernando durante años, hasta su bochornosa
expulsión de España por Felipe III). Con ellos, y con el manejo de los tres
vectores que cruzan la obra (ciencia, amor y amistad), Gómez Rufo articula su
texto alrededor de una tesis básica, auténtico aleph mental del protagonista:
“Existe un único miedo, el miedo a la muerte, frente al cual todos los demás
son miedos menores que encubren el gran temor, el verdadero” (p.211).
Y para descubrir la causa y la más eficaz
neutralización de ese miedo cerval acude a la Teología , a la Alquimia y a la Anatomía , hasta que una
jornada descubre en el cerebro humano un pequeño espacio que compara con una
“minúscula pepita de oro” (p.374), donde pudiera estar la morada del alma (el
místico sufí Ibn Arabí afirmó una vez que había oro en el cerebro humano). Todo
esto lleva a don Fernando Ruiz de Alcalá, sanador de miedos, cirujano del
espíritu, a elaborar una arriesgada, lírica e impactante teoría científica
sobre la transmigración de las almas. Pero dejo en sus manos, querido lector,
descubrir en qué consiste ésta y cómo trata el doctor de probarla. Ya me
contará.
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