Antoni Marí (Ibiza, 1944) pertenece a esa estirpe
de escritores cuyos libros han circulado durante mucho tiempo de mano en mano
por cauces minoritarios. A mí me lo dio a conocer hace ya muchos años mi amigo
Pepe Colomer, hombre de plurales sabidurías y de fervorosa generosidad
proselitista, que también me ha ido “presentando” con entusiasmo a José Carlos
Llop, Enric Soria y otros talentosos escritores, no habituales en las listas de
los libros más vendidos. Y el volumen con el que me abrió las puertas de Antoni
Marí fue, precisamente, El vaso de plata,
que leí con reverencia en la vieja edición de 1992.
Más tarde, el sello Libros del Asteroide volvió a
lanzar la obra, con un prólogo breve y atinado de Ignacio Martínez de Pisón. Y
no creo que ningún lector interesado en la Belleza deba perder la ocasión de incorporar
estos catorce cuentos a las baldas de su biblioteca, porque estamos ante una
obra de exquisita factura, interna y externa. Interna, porque cada uno de los
relatos está construido con inusitada perfección formal (invisible, pero
poderosa); y externa, porque ha tenido la sagacidad de insertarlos dentro de
una estructura orgánica: las obras de misericordia (corporales y espirituales)
de la religión católica. De tal modo que los relatos se titulan “Dar de beber
al sediento”, “Dar de comer al hambriento”, “Vestir al desnudo”... y así hasta
“Rogar a Dios por los vivos y por los muertos”, que completa el tomo.
Ese hilo vertebrador (argumental) se completa con
la figura de Miguel, que va apareciendo en los cuentos, y del que poco a poco
se nos van facilitando datos biográficos y psicológicos, que lo convierten en
protagonista de lo que, en el fondo (Martínez de Pisón acierta a verlo), no es
sino una novela de aprendizaje: hijo de un registrador de la propiedad, con
amplios estudios universitarios, andarín (por obligación), navegante (por
devoción), que veraneó durante su infancia en la finca del abuelo Juan, que
tomó clases de piano y de solfeo con doña Herminia, que se fue a preparar un
proyecto de investigación en el extranjero, etc. Pinceladas que la imaginación
de los lectores irá uniendo en un retrato profundo y nítido, revelador y
perfecto.
Jorge Luis Borges, siempre tan plástico, dijo una
vez que una obra literaria no es sino una ocasión para la belleza. Y acertó con
la fórmula. El vaso de plata es una
de las formas que ha elegido lo Espléndido para volverse tinta.
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